El maravilloso mago de Oz: El descubrimiento de Oz, el terrible (15/24)

Los cuatro viajeros caminaron hacia la puerta de Ciudad Esmeralda y tocaron la campana. Después de tocar varias veces, fue abierta por el mismo Guardiån de las Puertas que habían conocido.

—¡QuĂ©! ÂżHan vuelto otra vez? —preguntĂł sorprendido.

—¿No nos ves? —contestó el Espantapájaros.

—Pero yo pensĂ© que habĂ­an ido a visitar a la Bruja Malvada del Oeste.

—La visitamos —dijo el Espantapájaros.

—¿Y los dejó irse? —preguntó el hombre, asombrado.

—No pudo evitarlo, porque está derretida —explicó el Espantapájaros.

—¡Derretida! Bueno, de hecho, esas son buenas noticias —dijo el hombre—. ÂżQuiĂ©n la derritiĂł?

—Fue Dorothy —dijo el León, con seriedad.

—¡Santo cielo! —exclamó el hombre, y se inclinó muy levemente ante ella.

Luego los dejó en su pequeña habitación y les puso a todos las gafas de la gran caja, tal como lo había hecho antes. Luego cruzaron la puerta hacia la Ciudad Esmeralda. Cuando las personas escucharon de la boca del Guardiån de las puertas que Dorothy había derretido a la Bruja Malvada del Oeste, se reunieron todos alrededor de los viajeros y los siguieron en gran multitud hasta el Palacio de Oz.

El soldado de bigotes verdes seguĂ­a en guardia ante la puerta, pero los dejĂł entrar de inmediato, y se encontraron nuevamente con la hermosa mujer verde, quien los condujo nuevamente a cada uno a la misma habitaciĂłn que antes, para que descansen hasta que el Gran Oz estuviera listo para recibirlos.

El soldado llevĂł directamente a Oz la noticia de que Dorothy y los demĂĄs viajeros habĂ­an regresado luego de destruir a la Bruja Malvada, pero Oz no contestĂł. Pensaron que el Gran Mago los mandarĂ­a a llamar al instante, pero no lo hizo. No supieron nada de Ă©l al dĂ­a siguiente, ni el otro, ni el otro. 

La espera fue tediosa y agotadora, y finalmente se enfadaron mucho por la pobre forma en que Oz los trataba después de enviarlos a sufrir penurias y esclavitud. Entonces, el Espantapåjaros pidió a la mujer verde que enviara otro mensaje a Oz diciendo que, si él no los dejaba verlo de inmediato, llamarían a los Monos Alados para que los ayuden, y averiguarían si mantendría o no su promesa. Cuando el Mago recibió ese mensaje se asustó tanto que los mandó llamar al Salón del Trono a las nueve y cuatro minutos de la mañana siguiente. Ya se había encontrado con los Monos Alados una vez, y no quería volver a verlos.

Los cuatro viajeros pasaron la noche sin dormir, cada uno pensando en el regalo que Oz había prometido concederles. Dorothy se durmió sólo una vez, y soñó que estaba en Kansas, donde la tía Em le decía lo feliz que estaba de tener a su pequeña niña de regreso en casa.

A las nueve en punto de la mañana siguiente, el soldado de bigotes verdes se presentó ante ellos y, cuatro minutos después todos entraron al Salón del Trono del Gran Oz.

Por supuesto que cada uno de ellos esperaba ver al Mago en la forma que lo habĂ­a visto anteriormente, y se sorprendieron al mirar alrededor y no ver a nadie en la habitaciĂłn. Se quedaron cerca de la puerta y juntos, porque la quietud de la habitaciĂłn del salĂłn vacĂ­o era mĂĄs espantosa que cualquiera de las otras formas que Oz habĂ­a tomado.

En ese momento escucharon una solemne Voz, que parecĂ­a venir de algĂșn lugar cercano a la cima de la gran cĂșpula, que dijo:

—Soy Oz, el Grande y Terrible. ÂżPor quĂ© me buscan?

Miraron nuevamente a cada parte de la habitaciĂłn, y luego, sin ver a nadie, Dorothy preguntĂł:

—¿Dónde estás?

—Estoy en todas partes —respondiĂł la Voz—, pero a los ojos de los mortales comunes soy invisible. Ahora me sentarĂ© en mi trono para que puedan conversar conmigo —. Y efectivamente, la Voz parecĂ­a venir directamente del trono; entonces caminaron hacia Ă©l y se pusieron en fila mientras Dorothy decĂ­a:

—Vinimos a reclamar que cumplas tus promesas, Oz.

—¿QuĂ© promesas? —preguntĂł Oz.

—Prometiste enviarme de regreso a Kansas cuando la Bruja Malvada fuese destruida —dijo la niña.

—Y prometiste darme un cerebro —dijo el Espantapájaros.

—Y prometiste darme un corazĂłn —dijo el Leñador de Hojalata.

—Y prometiste darme coraje —dijo el León Cobarde.

—¿Está realmente destruida la Bruja malvada? —preguntó la Voz, y Dorothy pensó que temblaba un poco.

—Sí —contestó—, la derretí con un balde de agua.

—¡Caramba! —dijo la Voz—, ÂĄquĂ© repentino! Bueno, vengan a verme mañana, asĂ­ me dan tiempo para pensarlo.

—Ya tuviste suficiente tiempo —dijo el Leñador de Hojalata enojado.

—No esperaremos un día más —dijo el Espantapájaros.

—¡Debes cumplir tu promesa con nosotros! —exclamó Dorothy.

El León pensó que sería mejor asustar al Mago, así que dio un fuerte y largo rugido, que fue tan feroz y terrible que Toto se apartó de él de un salto, alarmado, y volcó un biombo que había en un rincón. Al caer con estrépito, todos miraron en esa dirección y se llenaron de asombro. Pues vieron, de pie, justo en el lugar en que la pantalla había caído, a un pequeño anciano con la cabeza calva que parecía estar tan sorprendido como ellos. El Leñador de Hojalata, levantando su hacha, corrió hacia el hombrecito y gritó:

—¿QuiĂ©n eres?

—Soy Oz, el Grande y Terrible —dijo el pequeño hombre, con voz temblorosa—. Pero no me golpees, por favor no lo hagas, y harĂ© todo lo que me pidan.

Nuestros amigos lo miraron con sorpresa y desĂĄnimo.

—PensĂ© que Oz era una cabeza gigante —dijo Dorothy.

—Y yo pensĂ© que Oz era una adorable mujer —dijo el EspantapĂĄjaros.

—Y yo pensĂ© que Oz era una bestia terrible —dijo el Leñador de Hojalata.

—Y yo pensĂ© que Oz era una bola de fuego —exclamĂł el LeĂłn.

—No, estĂĄn todos equivocados —dijo mansamente el pequeño hombre—. He estado fingiendo.

—¡Fingiendo! —gritó Dorothy—. ¿No eres un Gran Mago?

—Calla, querida —dijo—, no hables tan fuerte o te oirán y me arruinarás. Se supone que soy un Gran Mago.

—¿Y no lo eres? —preguntó.

—Nada de eso, querida; solo soy un hombre comĂșn.

—Eres más que eso —dijo el Espantapájaros en tono afligido—, eres un farsante.

—¡Exactamente! —declarĂł el pequeño hombre, frotando sus manos como si lo complaciera—. ÂĄSoy un farsante!

—Pero esto es terrible —dijo el Leñador de Hojalata—, ÂżCĂłmo conseguirĂ© mi corazĂłn?

—¿O yo mi coraje? —preguntó el León.

—¿Y yo mi cerebro? —se lamentó el Espantapájaros, limpiando las lágrimas de sus ojos con la manga de su abrigo.

—Queridos amigos —dijo Oz—, les ruego que no hablen de estas pequeñeces. Piensen en mĂ­, y en el terrible problema en el que estarĂ© si me llegan a descubrir.

—¿Nadie más sabe que eres un farsante? —preguntó Dorothy.

—Nadie lo sabe excepto ustedes cuatro y yo mismo —contestĂł Oz—. Engañé a todos por tanto tiempo que pensĂ© que nunca serĂ­a descubierto. Fue un gran error dejarlos entrar al SalĂłn del Trono. Normalmente no veo ni a mis sĂșbditos, y ellos creen que soy alguien terrible.

—Pero, no entiendo —dijo Dorothy perpleja—. ¿Cómo es que apareciste ante mí como una cabeza gigante?

—Ese fue uno de mis trucos —contestĂł Oz—. Pasen por aquĂ­ por favor y se los contarĂ© todo.

Se dirigió a una pequeña cåmara en la parte trasera del Salón del Trono, y todos lo siguieron. Apuntó a una esquina, en la que yacía la Gran Cabeza, hecha de papeles de muchos tamaños y con la cara cuidadosamente pintada.

—Esta la colguĂ© del techo con un cable —dijo Oz—. Me quedĂ© detrĂĄs de la pantalla y tirĂ© de un hilo, para hacer que los ojos se muevan y la boca se abra.

—¿Y quĂ© hay de la voz? —preguntĂł.

—Oh, soy ventrĂ­locuo —dijo el hombrecito—. Puedo lanzar el sonido de mi voz donde quiera. Por eso tĂș pensaste que salĂ­a de la cabeza. AquĂ­ estĂĄn las demĂĄs cosas que utilicĂ© para engañarlos. 

Le mostró al Espantapåjaros el vestido y la måscara que había usado cuando parecía ser la adorable señora. Y el Leñador de Hojalata vio que su Bestia terrible no era mås que un montón de pieles, cosidas unas a otras, con listones para mantener sus lados fuera. En cuanto a la Bola de Fuego, el falso Mago también la había colgado del techo. En realidad, era una bola de algodón, pero cuando se vertió aceite en ella, ardió ferozmente.

—Realmente —dijo el Espantapájaros—, deberías estar avergonzado de ser tan cretino.

—Lo estoy, realmente lo estoy —contestĂł apenado el hombrecito; —pero era lo Ășnico que podĂ­a hacer. Tomen asiento, por favor, hay muchas sillas; les contarĂ© mi historia.

Entonces se sentaron y escucharon mientras Ă©l contaba la siguiente historia.

—Yo nací en Omaha.

—¡Eso no está muy lejos de Kansas! —gritó Dorothy.

—No, pero estĂĄ mĂĄs lejos de aquĂ­ —dijo, meneando tristemente la cabeza—. Cuando crecĂ­ me convertĂ­ en ventrĂ­locuo, para lo que fui muy bien entrenado por un gran maestro. Puedo imitar cualquier tipo de pĂĄjaro o bestia—. Y maullĂł como un gatito tan bien que Toto alzĂł las orejas y mirĂł para todos lados para ver dĂłnde estaba—. DespuĂ©s de un tiempo —continuĂł Oz—, me cansĂ© de eso y me convertĂ­ en globero.

—¿QuĂ© es eso? —preguntĂł Dorothy.

—Un hombre que sube en globo el día del circo, para atraer a una multitud de personas y consigue que paguen por ver el circo—. explicó.

—Oh —dijo—, lo he visto.

—Bueno, un dĂ­a subĂ­ en un globo y las cuerdas se torcieron, de modo que no pude volver a bajar. Se elevĂł por encima de las nubes, tan lejos que una corriente de aire lo atrapĂł y lo arrastrĂł a muchos kilĂłmetros de distancia. Por un dĂ­a y una noche viajĂ© por el aire, y en la mañana del segundo dĂ­a despertĂ© y me encontrĂ© en el globo flotando sobre un extraño y hermoso paĂ­s.

—BajĂł gradualmente, y no me lastimĂ© ni nada. Pero me encontrĂ© en medio de gente extraña, que al verme llegar de entre las nubes, pensaron que era un gran Mago. Por supuesto que los dejĂ© que creyeran eso, porque me tenĂ­an miedo, y prometieron hacer todo lo que yo les pidiera.

—Para entretenerme y mantener ocupada a esta buena gente, les ordenĂ© construir esta Ciudad, y mi Palacio; y lo hicieron todo bien y de buena gana. Luego pensĂ© que como el paĂ­s era tan verde y hermoso, podĂ­a llamarlo Ciudad Esmeralda; y para que el nombre encajara mejor, puse gafas verdes a todas las personas, para que todo lo que vieran fuera verde.

—¿Pero aquí no todo es verde? —preguntó Dorothy

—No mĂĄs que en cualquier otra ciudad —contestĂł Oz—, pero cuando usas gafas verdes, por supuesto que todo lo que ves te parece verde. La Ciudad Esmeralda fue construida hace muchos años, yo era joven cuando el globo me arrastrĂł aquĂ­, y ahora ya soy un anciano. Pero mi gente utilizĂł tanto tiempo las gafas verdes que la mayorĂ­a de ellos piensa que realmente es una ciudad de esmeraldas, y ciertamente es un lugar hermoso, en el que abundan las joyas y los metales preciosos, y todo lo que se necesita para ser feliz. He sido bueno con la gente, y les caigo bien; pero desde que este Palacio fue construido, me he encerrado y no quiero ver a ninguno de ellos.

—Uno de mis mayores temores eran las Brujas, pues, aunque yo no tenĂ­a ningĂșn poder mĂĄgico, pronto descubrĂ­ que las brujas eran realmente capaces de hacer cosas maravillosas. HabĂ­a cuatro de ellas en este paĂ­s, y gobernaban a las personas que vivĂ­an en el Norte, el Sur, el Este, y el Oeste. Afortunadamente, las Brujas del Norte y el Sur eran buenas, y sabĂ­a que no me harĂ­an daño; pero las Brujas del Este y el Oeste, eran terriblemente malvadas, y si no hubieran pensado que yo era mĂĄs poderoso que ellas, seguramente me habrĂ­an destruido. Y asĂ­ fue que durante muchos años vivĂ­ con mucho miedo; asĂ­ que pueden imaginarse lo contento que me puse cuando escuchĂ© que tu casa habĂ­a caĂ­do sobre la Bruja Malvada del Este. Cuando vinieron a mĂ­, estaba dispuesto a prometer cualquier cosa con tal de que acabaran con la otra Bruja; pero ahora que la han derretido, me avergĂŒenza decir que no podrĂ© cumplir mis promesas.

—Creo que eres un hombre muy malo —dijo Dorothy.

—Oh, no, querida; realmente soy un hombre muy bueno, pero un Mago muy malo, debo admitir.

—¿Puedes darme un cerebro? —preguntó el Espantapájaros.

—No lo necesitas. Todos los dĂ­as aprendes algo nuevo. Un bebĂ© tiene cerebro, pero no sabe mucho. La experiencia es lo Ășnico que te darĂĄ sabidurĂ­a, y cuanto mĂĄs tiempo estĂ©s en la tierra, mĂĄs experiencia adquirirĂĄs. 

—Puede ser que todo eso sea cierto —dijo el EspantapĂĄjaros—, pero serĂ© muy infeliz si no me das un cerebro. 

El falso Mago lo mirĂł atentamente.

—Bueno —dijo con un suspiro—, no serĂ© un mago, como dije; pero si vienen a verme mañana en la mañana, llenarĂ© tu cabeza con cerebros. Sin embargo, no puedo decirte cĂłmo usarlos; deberĂĄs averiguarlo tĂș mismo.

—¡Oh, gracias, muchas gracias! —gritĂł el EspantapĂĄjaros—. EncontrarĂ© la manera de usarlos, ÂĄno temas!

—¿Y quĂ© hay de mi coraje? —pregunto ansioso el LeĂłn.

—Estoy seguro que tienes mucho coraje—, contestó Oz—, Todo lo que necesitas es confiar en ti mismo. No hay ser vivo que no tenga miedo cuando se enfrenta a un peligro. El verdadero coraje está en enfrentar el peligro cuando tienes miedo, y ese tipo de coraje te sobra.

—Tal vez sí, pero igual tengo miedo —dijo el León—. Realmente sería muy infeliz a menos que me des el tipo de coraje que hace que uno olvide que tiene miedo.

—Muy bien, te darĂ© ese tipo de coraje mañana —contestĂł Oz.

—¿QuĂ© hay de mi corazĂłn? —pregunto el Leñador de Hojalata.

—En cuanto a eso —respondió a Oz—, creo que te equivocas al querer un corazón. A la mayoría de las personas las hace infeliz. ¡Si tan solo supieras la suerte que tienes de no tener un corazón!

—Eso es cuestiĂłn de opiniones —dijo el Leñador de Hojalata—. Por mi parte, soportarĂ­a toda la infelicidad sin chistar si me dieras un corazĂłn.

—Muy bien —contestĂł Oz suavemente—. Ven a verme mañana y tendrĂĄs un corazĂłn. He interpretado a un Mago tantos años que puedo continuar haciĂ©ndolo un poco mĂĄs.

—Y ahora —dijo Dorothy—, ÂżcĂłmo regresarĂ© a Kansas?

—Tendremos que pensarlo —respondiĂł el hombrecito—. Dame dos o tres dĂ­as para considerarlo y tratarĂ© de encontrar la manera de llevarlos a travĂ©s del desierto. Mientras tanto, todos serĂĄn tratados como mis invitados, y mientras vivan en mi Palacio mi gente los atenderĂĄ y obedecerĂĄn hasta su mĂĄs mĂ­nimo deseo. Les pido solo una cosa a cambio de mi ayuda. Deben guardar mi secreto y no decir a nadie que soy un farsante.

Estuvieron de acuerdo con no decir nada de lo que habían aprendido, y volvieron a sus habitaciones muy animados. Incluso Dorothy tenía esperanza de que “El Gran y Terrible Mentiroso”, como ella lo llamaba, encontrara la manera de enviarla de regreso a Kansas, y si lo hiciera estaba dispuesta a perdonarle todo.


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