El maravilloso mago de Oz: El delicado país de Porcelana (20/24)

Mientras el leñador hacía una escalera con la madera que cortaba en el bosque, Dorothy se recostó y durmió, pues estaba cansada por la larga caminata. El León también se acurrucó para dormir y Toto también lo hizo a su lado.

El Espantapájaros observó al Leñador mientras trabajaba, y le dijo:

—No se me ocurre por qué está aquí este muro, ni de qué está hecho.

—Descansa tu cerebro, y no se preocupen por el muro —replicó el Leñador—. Cuando hayamos pasado por encima, sabremos lo que hay al otro lado.

Después de un rato, la escalera estuvo terminada. Parecía tosca, pero el Leñador de Hojalata estaba seguro de que era fuerte y serviría a su propósito. El Espantapájaros despertó a Dorothy, al León y a Toto, y les dijo que la escalera estaba lista. Primero subió el Espantapájaros, pero era tan torpe que Dorothy tuvo que seguirlo de cerca para evitar que se cayera. Cuando asomó la cabeza por encima de la pared, el Espantapájaros dijo: 

—¡Oh, Dios mío!

—¡Continúa! —exclamó Dorothy.

Así que el Espantapájaros subió más y se sentó en lo alto de la pared, y Dorothy asomó la cabeza y gritó: 

—¡Oh, Dios mío! —tal como lo había hecho el Espantapájaros.

Toto se acercó e inmediatamente comenzó a ladrar, pero Dorothy lo hizo callar.

El siguiente en subir la escalera fue el León, y el Leñador de Hojalata fue el último; pero ambos exclamaron también “¡Oh, Dios mío!” en cuanto miraron por encima de la pared. Cuando estuvieron todos sentados en fila en la parte superior de la pared, al mirar hacia abajo vieron algo de lo más extraño.

Ante ellos había una gran extensión de campo con un suelo tan liso, brillante y blanco como el fondo de una gran bandeja. Esparcidas por todas partes había muchas casas hechas enteramente de porcelana y pintadas con los colores más brillantes. Estas casas eran bastante pequeñas, la más grande de ellas le llegaba a Dorothy hasta la cintura. También había bonitos pequeños graneros, con cercas de porcelana a su alrededor; y muchas vacas, ovejas, caballos, cerdos y gallinas, todos hechos de porcelana, de pie en grupos.

Pero lo más extraño de todo era la gente que vivía en este extraño país. Había lecheras y pastoras, con corsés de colores vivos y vivos dorados en sus vestidos; y princesas con hermosísimos vestidos de plata, oro y púrpura; y pastores vestidos con calzones hasta la rodilla, con zapatos a rayas rosas, amarillas y azules y hebillas de oro; y príncipes con enjoyadas coronas en la cabeza, ataviados con túnicas de armiño y jubones de raso; y graciosos payasos con togas con plieges, con redondas manchas rojas en las mejillas y altas gorras puntiagudas. Y, lo más extraño de todo, todas estas personas estaban hechas de porcelana, la ropa inclusive, y eran tan pequeñas que la más alta de ellas no alcanzaba la altura de la rodilla de Dorothy.

Al principio nadie miró a los viajeros, excepto un perrito púrpura de porcelana con una cabeza extra grande, que se acercó a la pared y les ladró entrecortadamente y luego huyó.

—¿Cómo bajamos? —preguntó Dorothy.

Encontraron la escalera tan pesada que no pudieron subirla, por lo que el Espantapájaros se arrojó de la pared y los demás saltaron sobre él para no lastimarse los pies al caer. Por supuesto, tuvieron cuidado de no caer sobre su cabeza, para que los alfileres no se les clavaran en los pies. Cuando todos estuvieron a salvo, recogieron al Espantapájaros, cuyo cuerpo estaba completamente aplastado, y volvieron darle su forma original.

—Tenemos que cruzar este extraño lugar para llegar al otro lado —dijo Dorothy—, porque no sería prudente que fuéramos por otro rumbo que no sea hacia el sur.

Comenzaron a caminar por el país de porcelana, y lo primero que encontraron fue a una lechera de porcelana ordeñando una vaca de porcelana. Cuando se acercaron, la vaca de pronto pateó el taburete, el cubo e incluso a la propia lechera, y todos cayeron al suelo de porcelana con gran estrépito.

Dorothy se sorprendió al ver que la vaca se había roto la pata y que el cubo se había partido en varios pedazos pequeños, mientras que la pobre lechera se había roto el codo izquierdo.

—¡Ay! —exclamó la lechera con rabia—. ¡Mira lo que has hecho! Mi vaca se ha roto una pata, y tengo que llevarla a la tienda de reparación y que me la peguen de nuevo. ¿Cómo te atreves a venir aquí y asustar a mi vaca de esa manera?

—Lo siento mucho —respondió Dorothy—. Por favor, perdónanos.

Pero la hermosa lechera estaba demasiado molesta para responder. Malhumorada, tomó la pata rota y se llevó su vaca, mientras el pobre animal cojeaba sobre tres patas. Mientras se iba, la lechera lanzó miradas de reproche por sobre su hombro a los torpes desconocidos, sosteniendo su codo roto cerca de su costado.

Dorothy estaba muy afligida por este percance.

—Debemos tener mucho cuidado aquí —dijo el bondadoso Leñador—, o podemos lastimar fatalmente a estas lindas personitas.

Un poco más adelante, Dorothy se encontró con una joven princesa muy bellamente vestida, que se detuvo en seco al ver a los extraños y comenzó a huir.

Como quería verla mejor, Dorothy corrió tras ella. Pero la muchacha de porcelana gritó:

—¡No me persigas! ¡No me persigas!

Tenía una vocecita tan asustada que Dorothy se detuvo y dijo: 

—¿Por qué no?

—Porque si corro —respondió la princesa, deteniéndose también a prudente distancia—, podría caer y romperme.

—Pero ¿no podrían repararte? —preguntó la muchacha.

—Oh, sí; pero nunca se es tan bonita después de haber sido reparada, ¿sabes? —replicó la princesa.

—Supongo que no —dijo Dorothy.

—Ahora está el señor Bromista, uno de nuestros payasos —continuó la dama de porcelana—, que siempre está tratando de ponerse de cabeza. Se ha roto tantas veces que está remendado en cien lugares, y no se ve nada bonito. Aquí viene ahora, para que puedas verlo por ti misma.

De hecho, un pequeño y alegre payaso se acercó caminando hacia ellos, y Dorothy pudo ver que, a pesar de sus bonitas ropas rojas, amarillas y verdes, estaba completamente cubierto de grietas, que corrían en todas direcciones, y mostraban claramente que había sido remendado en muchos lugares.

El payaso se metió las manos en los bolsillos y, después de hinchar las mejillas y asentir con la cabeza descaradamente, dijo:

—Oh, damisela hermosa
¿cómo es que mirar osas
al Bromista a la cara?
¡Estáis tan dura y erguida
que a mi me parecería
que habéis tragado una vara!

—¡Calle usted, señor! —dijo la princesa—. ¿No ve que son extranjeros y deben ser tratados con respeto?

—Bueno, eso es respeto, supongo —declaró el payaso, y se puso de cabeza inmediatamente.

—No le hagan caso —dijo a Dorothy la princesa—. Ha recibido muchos golpes en su cabeza, y eso lo hace tonto.

—Oh, no me molesta en lo más mínimo —dijo Dorothy—. Pero tú eres tan hermosa —continuó—, que estoy segura de que podría quererte entrañablemente. ¿No me dejas llevarte conmigo a Kansas y para ponerte en la repisa de la chimenea de la tía Em? Podría llevarte en mi canasta.

—Eso me haría muy infeliz —respondió la princesa de porcelana—. Verás, aquí en nuestro país vivimos felices, y podemos hablar y movernos a nuestro antojo. Pero cada vez que uno de nosotros se va de aquí, sus articulaciones se endurecen de inmediato, y solo puede mantenerse erguido y verse bonito. Por supuesto, eso es todo lo que se espera de nosotros cuando estamos en las repisas de las chimeneas, los armarios y las mesas de los salones, pero nuestras vidas son mucho más agradables aquí, en nuestro propio país.

—¡No te haría infeliz por nada del mundo! —exclamó Dorothy—. Así que me limitaré a despedirme.

—Adiós —respondió la princesa.

Caminaron con cuidado por el país de porcelana. Los animalitos y toda la gente se apartaban de su camino, temiendo que los extraños los rompieran, y después de aproximadamente una hora los viajeros llegaron al otro lado del país, hasta otra pared de porcelana.

Sin embargo, este no era tan alto como el primero, y parándose sobre el lomo del León todos lograron trepar hasta la parte superior. Entonces el León tensó sus patas traseras y saltó sobre la pared; pero justo cuando saltó, golpeó una iglesia de porcelana con su cola y la rompió en mil pedazos.

—Es una lástima —dijo Dorothy—, pero en realidad creo que tuvimos suerte de no hacer más daño a estas personitas, aparte de romper la pata de una vaca y una iglesia. ¡Son muy frágiles!

—Lo son —dijo el Espantapájaros—, y estoy agradecido por estar hecho de paja y no poder lastimarme con facilidad. Hay cosas peores en el mundo que ser un espantapájaros.


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