El castillo azul

Érase una vez, en un país muy lejano, una bruja que vivía en la cima de una alta montaña, y cada año bajaba al pueblo, se aparecía en el palacio del Rey, y pedía una bolsa de oro.

Una noche, el rey y la reina estaban dando una gran fiesta en honor al cumpleaños de su primera hija, la princesa Azucena, cuando la vieja bruja llegó al palacio y pidió su bolsa de oro.

—Dile que se vaya —le dijo el rey a su sirviente—. He gastado todo el oro de las bóvedas para la fiesta; tendrá que venir el próximo año.

Al oír este mensaje, la bruja se enfadó mucho y se escondió en los jardines del palacio hasta que todos estuvieron dormidos; entonces entró en el palacio y se llevó a la princesa.

El rey y la reina se sintieron desolados al descubrir su pérdida, y ofrecieron una gran recompensa para quien les traiga a su hija de vuelta, pero nadie pudo encontrarla.

—Encuentra a la vieja bruja que vino aquí la noche de la fiesta —dijo uno de los sabios del rey— y encontrarás a la princesa.

Buscaron lejos y cerca, pero no pudieron encontrar a la bruja, porque cuando alguien intentaba subir a la montaña donde vivía la vieja bruja, los insectos se volvían nube y niebla y no podían ver por dónde ir.

Uno tras otro se fueron rindiendo, y así, al cabo de un tiempo, el rey y la reina lloraron la muerte de su hija y la vieja bruja nunca más apareció por el palacio. 

El rey y la reina no tuvieron más hijos, y todos los días se afligían porque no habría nadie que reinara después de que ellos se hubieran ido.

Un día, uno de los sabios del rey le dijo:

—En una cueva en el bosque vive un ogro que tiene un caballo maravilloso; lo mantiene en un establo de mármol, y su pesebre es de oro, y se alimenta de maíz cultivado en un campo de perlas.

—Si lográramos conseguir este caballo podríamos escalar la montaña donde vive la vieja bruja, y quizás la princesa aún esté viva.

—Pero, ¿cómo podemos conseguir este caballo? —preguntó el rey.

—¡Ah! Esa es la parte difícil —respondió el hombre sabio—. La criatura encantada solo puede ser atrapada y montada por quien sepa alimentarla con el maíz mágico; y se dice que cualquiera que intente recoger el maíz del campo de perlas se hunde y tiene que correr para salvar su vida, de modo que sólo el ogro, quien conoce las palabras mágicas que impiden que las perlas lo hundan, puede recoger el maíz.

Cuando el rey se enteró de esto, mandó llamar a todos los príncipes de la tierra para que vinieran a su palacio; y cuando llegaron, les dijo que daría su reino al que pudiera atrapar y montar al caballo encantado del ogro, y encontrara a Azucena, la princesa perdida. Y ella se convertiría en su esposa.

Pero todos los príncipes eran suficientemente ricos, y no les importaba correr semejante riesgo, especialmente porque nunca habían visto a la princesa Azucena.

Entonces el rey hizo correr la voz entre todos los jóvenes pobres de su reino para que acudieran a él, y les hizo la misma oferta, pero uno a uno se fueron alejando, y al final solo quedó un pobre joven campesino.

—Lo intentaré, Su Majestad —dijo—, pero no me casaré con la princesa a menos que pueda amarla, y si ella no desea casarse conmigo tampoco la obligaré a cumplir esa parte del trato, pero me quedaré con el reino si traigo de vuelta a su hija.

Así que esa noche el campesino fue a ver a un hada que vivía en el bosque y le pidió que le ayudara.

—Sólo puedes entrar al campo de maíz mágico usando los zapatos mágicos que pertenecen al ogro, y él duerme con ellos bajo su cama. Están atados al dedo gordo de su pie derecho por un hilo de seda, y nadie puede cortarlo o romperlo sin despertar al ogro.

—Te daré una pluma, y si tienes la suerte de entrar en su habitación sin ser atrapado, pues está custodiada por un perro con dos cabezas, utiliza esta pluma para hacerle cosquillas en el pie izquierdo y podrás cortar el hilo de seda sin que el ogro se entere. Esto es todo lo que puedo hacer para ayudarte. No está en mi poder controlar al perro de dos cabezas.

Así que el campesino tomó la pluma mágica y esa noche fue al castillo del ogro en el bosque y esperó hasta que oyó sus ronquidos; entonces sacó de su bolsillo dos grandes huesos.

Abrió la puerta del castillo, pues el ogro no le temía a nadie y no cerraba su puerta por la noche.

El perro de dos cabezas gruñó y se abalanzó sobre el campesino, pero éste les metió rápidamente los huesos en la boca a cada uno, y eso los calmó.

Las dos cabezas empezaron a comer, y mientras lo hacían, el campesino entró sigilosamente en la habitación del ogro dormido y le hizo cosquillas en el pie izquierdo, que asomaba por debajo de la sábana.

El viejo ogro se echó a reír, y rió tan fuerte y tan alto que no se podía oír ningún otro sonido; y el campesino tuvo tiempo de romper con una mano el delgado hilo que estaba atado a los zapatos mágicos, mientras seguía haciéndole cosquillas en el pie izquierdo con la pluma que sostenía con la otra mano.

Cuando tuvo los zapatos bajo el brazo, se alejó sigilosamente de la cama, dejando al ogro aun riendo.

El perro de dos cabezas seguía comiendo los huesos, y el campesino salió y se sentó en las escaleras del castillo para ponerse los zapatos mágicos.

Acababa de calzarse los zapatos cuando el perro de dos cabezas terminó los huesos y lanzó un ladrido que el campesino primero creyó que era un trueno.

Corrió al campo de perlas donde crecía el maíz mágico, y justo estaba arrancando las mazorcas cuando el ogro salió corriendo de su castillo, seguido por el perro de dos cabezas, con las dos bocas abiertas y mirando como si fuera a devorarlo.

El campesino salió corriendo del campo, pero no antes de que el ogro hubiera entrado, y se hubiera hundido hasta perderse de vista, con las perlas cerrándose sobre su cabeza, pues, por supuesto, se olvidó por completo de los zapatos cuando escuchó ladrar al perro de dos cabezas, y de todos modos pensó que estaban atados al dedo gordo de su pie derecho.

Pero, aunque se había librado del ogro, no lo había hecho del perro de dos cabezas, que corría tras él mostrando sus dos grandes dentaduras ladrando sin parar. Pero el campesino iba mucho más adelantado que el perro, así que llegó al establo y alimentó con maíz mágico al caballo encantado, que relinchó amistosamente y dejó que el campesino lo montara.

Llevaba una brida de oro y plata adornada con rubíes, y era blanco puro, con una silla de montar de terciopelo púrpura con adornos de oro y plata.

Era un caballo digno de ser montado por un rey, y el pobre campesino parecía extrañamente fuera de lugar sobre su lomo.

Justo cuando el campesino cabalgaba hacia los jardines del castillo, el perro de dos cabezas se abalanzó sobre las patas traseras del caballo encantado para morderlo, pero el caballo lo pateó tan fuerte que rodó por encima de él.

El campesino miró hacia atrás para ver qué le había sucedido al perro, pero éste no aparecía por ninguna parte; en el lugar donde había caído había una gran roca negra con la parte superior de aspecto áspero como un conjunto de enormes dientes.

El campesino se había librado de sus dos perseguidores, y cabalgó hacia la montaña donde el rey le había dicho que vivía la bruja.

El caballo blanco encantado galopó montaña arriba como si tuviera alas en lugar de patas, y en pocos minutos había llevado al campesino hasta la cima.

El campesino miró a su alrededor, esperando ver una cueva, pero para su sorpresa sólo vio una arboleda con algo que brillaba entre sus hojas, algo que parecía ser una casa.

Cuando se acercó a la arboleda, vio un castillo de cristal azul profundo, sin puertas ni ventanas, y en su interior pudo ver a una muchacha dando vueltas.

Levantó la vista cuando la sombra de caballo y jinete cayó sobre el castillo de cristal, y sus ojos se agrandaron por la sorpresa, pero antes de que el campesino pudiera saltar del caballo, una anciana surgió del suelo de la casa y golpeó a la niña en la cabeza con su bastón, y la convirtió en un ratón.

El campesino se quedó tan asombrado que se quedó inmóvil por un minuto, pero la risa de la anciana lo hizo volver en sí, y supo que ella debía ser la bruja.

—¡Has atrapado al caballo! Pero no puedes llevar de vuelta a la princesa hasta que yo esté dispuesta a hacerlo —gritó, y luego desapareció por el suelo.

El campesino caminó alrededor del castillo azul, pero no encontró ninguna puerta ni ventana, ni abertura de ningún tipo.

Llevaba al caballo por las bridas doradas cuando, de repente, el caballo levantó una de sus patas delanteras y golpeó el castillo azul.

El cristal azul se rompió, y el campesino vio una abertura lo suficientemente grande como para entrar 

Estaba a punto de entrar dejando el caballo encantado afuera, cuando escuchó otro estruendo: el caballo encantado lo estaba siguiendo adentro; había abierto un hueco lo bastante grande para que entrasen los dos.

El ratón estaba agazapado en la esquina de la habitación y el campesino lo levantó con cuidado y se lo metió en el bolsillo.

El caballo se dirigió al lugar donde había desaparecido la vieja bruja y dio tres golpecitos en el suelo de cristal con una de sus patas delanteras, y del suelo salió la vieja bruja. Pero esta vez no se estaba riendo; parecía asustada, y temblaba de tal modo que tenía que apoyarse en su bastón para no caerse.

El caballo encantado la tomó del vestido y la sacudió tres veces, y de su bolsillo cayó un frijol negro con una mancha blanca.

Ante esto, la vieja bruja gritó y cayó al suelo, y el caballo levantó el frijol y se lo tragó.

El campesino estuvo todo ese tiempo de pie observando todos estos extraños sucesos, sin atreverse a hacer movimiento alguno por miedo a romper el hechizo, y preguntándose qué ocurriría a continuación.

Cuando el caballo se tragó el frijol pareció desaparecer de la vista y una niebla azul llenó la habitación. Cuando se disipó, el campesino vio a un apuesto joven donde había estado parado el caballo, y donde había estado la bruja, había un profundo agujero.

—¿Se cayó dentro? —preguntó el campesino, sin saber qué más decir.

—No; en ese agujero encontraremos el amuleto mágico que devolverá a la princesa a su propia forma —dijo el joven—. La bruja desapareció en la niebla azul.

—Démonos prisa y encontremos el amuleto mágico —dijo, lanzándose al agujero, y el campesino lo siguió.

Había en el agujero una escalera, por la que bajaron y bajaron, y parecía que nunca llegarían al fondo.

Pero por fin sus pies tocaron algo firme y suave y se encontraron en una hermosa habitación alfombrada en terciopelo azul.

La sala estaba decorada con terciopelo del color del zafiro, y las sillas eran de oro pulido con asientos de terciopelo.

Una fuente de oro estaba en medio de la sala y el agua caía en una vasija de zafiro.

—Esta es la fuente mágica —dijo el joven—. Debes tirar el pequeño ratón en ella si quieres traer de vuelta a la princesa.

El campesino sacó el ratón tembloroso de su bolsillo.

—Está asustado —dijo—. Odio tirarlo a esas aguas profundas.

Sin responder, el joven arrebató el ratón al campesino y lo tiró con mucha fuerza a la fuente, y desapareció de su vista.

—¡Oh, lo has matado! —dijo el campesino, mirando el agua azul profundo con ojos asustados.

Entonces vio una cabeza que se elevaba lentamente desde el fondo de la fuente azul; luego salió por encima del agua; y entonces una hermosa muchacha salió de la fuente, con sus cabellos dorados mojados y relucientes.

Una suave y cálida brisa entró por las ventanas y pronto su pelo y su ropa estuvieron secos, y el campesino pensó que nunca había visto a una muchacha tan hermosa como la princesa.

—Soy el príncipe que se convirtió en caballo para el ogro —dijo el joven dirigiéndose a la princesa—. Me robaron al mismo tiempo que a ti; el ogro, que era el esposo de la bruja me llevó a mí, y la bruja te llevó a ti, pero este joven nos ha rescatado, pues aquí se guardaba el frijol mágico que me devolvió mi propia forma, y si no hubiera sido por un hada que vino a verme una noche y me contó el secreto, nunca lo hubiera sabido.

Mientras el príncipe hablaba, el campesino vio que la princesa lo miraba con mirada amorosa, y supo que la princesa no era para él, y que nunca sería feliz en un palacio.

Empezaron a mirar a su alrededor y encontraron que estaban en un hermoso palacio en el que había vivido la vieja bruja. Pero ahora que la bruja se había ido para siempre, el campesino dijo que lo tomaría como recompensa y dejaría que el príncipe y la princesa volvieran con su padre.

En los establos encontraron hermosos caballos blancos, y en uno de ellos se alejaron el príncipe y la princesa después de hacerle prometer al campesino que acudiría a su boda y bailaría con la novia. 

—Porque nunca te olvidaremos —dijo la princesa— y siempre seremos amigos.

Los padres de la princesa escucharon la historia que contaba el príncipe, y entonces la reina dijo:

—Puedo saber si ésta es mi hija perdida o no. Déjame ver tu hombro izquierdo; si es nuestra hija, lleva su nombre en ese hombro.

La princesa desnudó su hombro y allí la reina vio una pequeña Azucena que demostraba que era su hija.

El rey ofreció un gran banquete en honor al regreso de su hija, y el príncipe y la princesa se casaron; y el campesino bailó con ella en la boda, como lo había prometido.


Downloads