Celina y el enano

Érase una vez un rey que tenía una hija muy hermosa, y sus pretendientes venían de de todas partes.

Entre ellos había un enano con una enorme cabeza y una nariz muy larga. Por supuesto, nadie esperaba que la princesa se casara con aquella fea criatura, pero el enano sí, y cuando la princesa se rehusó, estalló de furia y dijo que la princesa sería suya a pesar de todo lo que ella dijera.

Finalmente, la princesa dio su mano a un príncipe, pero la noche en que la boda iba a celebrarse, la princesa no aparecía por ninguna parte. La buscaron por todo el palacio, pero no encontraron ni rastro de ella; incluso su vestido de novia había desaparecido. El príncipe, desesperado, se retorció las manos y gritó que daría la mitad de su fortuna a cualquiera que encontrara a la princesa.

El rey también dijo que daría la mitad de su reino a quien trajera de vuelta a la princesa perdida.

Entre los sirvientes había una pequeña cocinera llamada Celina que quería mucho a la princesa, porque siempre le hablaba con cariño, y cuando supo que su ama estaba perdida, decidió que la encontraría a cualquier costo.

Así que una noche, cuando todos en el palacio dormían profundamente, Celina se escapó y fue a ver a una bruja que vivía en el bosque y le pidió que la ayudara a encontrar a la princesa.

—Solo puedo ayudarte un poco —dijo la bruja—, ya que ella está bajo el poder de alguien que es más poderoso que yo, pero esto es lo que puedo hacer: Aquí tienes un frijol que hará magia si se usa de la manera correcta; no puedo decirte si te ayudará a encontrar a tu princesa. El enano se la ha llevado y no sé a dónde.

Celina tomó el frijol. Agradeció a la bruja y emprendió su viaje por el bosque en busca del enano, pues estaba segura de que él vivía en una cueva.

Vagó durante días hasta adentrarse en lo más profundo del bosque, y por fin llegó a una alta roca por la que no podía trepar.

Celina se sentó y se apoyó en la roca para descansar cuando, para su sorpresa, oyó el sonido de un llanto dentro de la roca. Miró a su alrededor, pero no pudo ver ninguna abertura excepto una gran grieta a un lado, demasiado pequeño para que ella pudiera pasar.

Estaba a punto de gritar y preguntar quién estaba dentro llorando cuando oyó que alguien se acercaba desde entre los arbustos.

Celina corrió detrás de la roca y observó, y enseguida el enano surgió de un salto entre los arbustos y malezas.

Traía en la mano una barra de hierro, y con ella abrió la grieta de la roca, que era una puerta, y entró en ella dejando la puerta abierta tras de sí.

Celina era una muchacha muy valiente o se habría quedado donde estaba, pero en cuanto el enano desapareció, corrió tras él.

Estaba junto a un pobre conejito blanco que parecía medio muerto de hambre, y Celina escuchó al enano decir:

—¿Aceptas, o te vas a morir de hambre?

El pequeño conejo solo parpadeó y se dio la vuelta, entonces Celina vio algo que la sobresaltó, pues colgado de un pedazo de roca estaba el vestido de novia que la princesa debía haber llevado la noche que desapareció.

Celina no esperó ver más. Corrió hacia el enano, lo agarró por la nariz y, dándole un fuerte tirón, gritó:

—¿Dónde está mi ama, desgraciado? ¿Dónde está, dije?

Ocurrió algo muy extraño cuando Celina le dio una vuelta a su larga nariz; el enano aulló con el sonido de un trueno, y en su lugar se alzó ante Celina un enorme sapo que se alejó saltando tan rápido que ella no pudo ver por dónde desaparecía.

—Pobre conejito medio muerto de hambre —dijo Celina—. Me gustaría tener algo para darte de comer, pero primero debo buscar a mi ama, sé que debe estar por aquí.

Entonces Celina recordó el frijol.

—Toma esto —dijo al conejo—. Estoy segura que no me servirá para nada.

Cuando el conejo tragó el frijol, los ojos de Celina se abrieron de par en par, pues allí estaba su ama, sana y salva.

—Oh, Celina, ¡me has salvado! ¿Cómo se te ocurrió retorcerle la nariz? —preguntó la princesa.

—Porque parecía como si estuviera hecha para ser retorcida —dijo Celina—, pero, ¿cómo sabías que el frijol te cambiaría de vuelta a tu propia forma?

—No lo sabía, pero tenía hambre; ese enano espantoso intentaba hacerme decir que me casaría con él matándome de hambre. Una bruja poderosa lo había transformado en un enano, y si conseguía que una princesa se casara con él, lo transformaría en un hombre —dijo la princesa.

—¿Era un sapo al principio? —preguntó Celina.

—Si, parece que era un sapo en la cueva de una poderosa bruja, y por algo que hizo por ella, lo convirtió en un enano; entonces él quería convertirse en un hombre, y la bruja le dijo que, si se casaba con una princesa y la llevaba a vivir al palacio, le concedería su deseo.

—Me lo dijo antes de transformarme en conejo, pues primero me llevó a la cueva de esa bruja, que vive en algún lugar de este bosque, y creo que será mejor que nos demos prisa en irnos antes que el sapo llegue hasta ella y le diga que me he escapado.

Les tomó mucho tiempo salir del bosque, pero Celina y la princesa encontraron el camino; y el príncipe y el rey le dijeron a Celina que debía recibir la recompensa prometida.

—¿Qué haría yo con todo ese oro y la mitad de un reino? Lo único que pido es tener una linda cabaña y una vaca, cerca del palacio, donde pueda ver a mi ama todos los días.

Por supuesto, el deseo de Celina se cumplió, y allí vivió y fue feliz, pues se casó con el jardinero del rey y se convirtió en madre de muchos niños y niñas que nunca se cansaban de oír como su madre rescató a la princesa del enano malvado.


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