Érase una vez, en un mundo no muy distinto del nuestro, una noche mística al año en la que los siempre vigilantes Bebés de la Luna descendían sobre la Tierra. Esa noche, los rayos de luna danzaban, brillando más que nunca, y los Bebés de la Luna se deslizaban por ellos, sin que la mayoría supiera de su presencia.
Eran los niños juguetones de la Luna, traídos a la vida por el viejo Hombre de la Luna. Estos niños no siempre fueron habitantes de la Luna; una vez vivieron en la Tierra, como cualquier niño normal. Pero eran demasiado rebeldes, a menudo ignoraban a sus padres y se involucraban en pequeñas peleas. Tenían la costumbre de sembrar el caos, tirar los juguetes y ponerse de mal humor cuando no se salían con la suya.
Un día particular de Halloween, se adentraron en territorios prohibidos. De repente, oyeron un grito aterrador que resonó en la penumbra. Antes de que se dieran cuenta, una bruja, con su gato negro encaramado a una escoba, se había abalanzado sobre ellos. Con un movimiento de muñeca y un conjuro, subió a los niños a su escoba y se los llevó a la luna, custodiados por su gato.
En el fresco abrazo de la luna, los niños conocieron al Hombre de la Luna, una figura severa y seria. Se apresuró a enseñarles el valor de la obediencia, utilizando su fiel instrumento: la cola de un viejo cometa. Los niños aprendieron pronto la lección. Dejaron de enfadarse y pelearse, porque el Hombre de la Luna siempre estaba ahí, listo para aparecer a la primera señal de problemas.
Cansado de su constante parloteo, el Hombre de la Luna tocó sus labios con un hechizo escalofriante. A partir de ese momento, ningún niño pudo emitir sonido alguno. Poco a poco, los niños se transformaron en los Bebés de la Luna, cuya única dieta era el queso verde de la luna, que cada día los hacía más redondos. Pasaban los días puliendo la luz de la luna, asegurándose de que brillara para que todos la vieran.
¡Cómo ansiaban volver a la Tierra, a sus hogares y a sus padres! A menudo se les llenaban los ojos de lágrimas, deseando volver a sus bromas infantiles y a sus tiempos de juego. Su comportamiento desobediente era cosa del pasado, pues habían aprendido la lección por las malas.
Un día, divisaron algo a lo lejos. ¿Podría ser la bruja que los había traído aquí? El corazón les latía con fuerza a medida que la figura se acercaba. ¡Era la bruja! En silencio, sin voz, le suplicaron que los llevara de vuelta. Pero la bruja se limitó a darles la espalda.
Sintieron que sus corazones se hundían, pero un pequeño Bebé de la Luna no estaba dispuesto a rendirse. Suplicó a la bruja, que finalmente cedió e invocó al Hombre de la Luna. Al comprobar que los niños se habían corregido, la bruja decidió llevarlos de vuelta a la Tierra.
Su alegría no tenía límites mientras surcaban los aires y aterrizaban por fin en su amado planeta. Poco a poco fueron recuperando el habla y adelgazaron, pero nunca olvidaron su época de Bebés de la Luna.
Así que niños, que esto les sirva de lección. Sean siempre buenos y escuchen a los mayores, porque el Hombre de la Luna y la bruja los vigilan. Quién sabe, si se portan mal, puede que acaben pasando un año con ellos en la Luna. Y con esto, deseemos buenas noches a los Bebés de la Luna, que siguen viviendo felices en la Tierra. Dulces sueños, queridos.