El robo de las varitas de las hadas

Los duendes y los gnomos estaban celosos de las hadas, y una noche decidieron robarles sus varitas. Sabían, por supuesto, que sería algo muy difícil de hacer, pues las hadas siempre estaban despiertas por la noche. Entonces idearon un plan para asustarlas, pensando que así dejarían caer sus varitas, y ellos podrían levantarlas y salir corriendo.

Las hadas vivían en un valle cubierto de musgo, donde había un río, y los duendes y los gnomos se escondieron en ese río con sus ojos asomando sobre el agua, de modo que los duendes parecían un montón de ranas, y los gnomos hojas marrones flotando.

—Ahora debemos esperar —dijeron los duendes—, hasta que todas las hadas estén a la vista. Tendrán que pasar este río para salir del valle, y entonces podremos saltar y salpicar el agua para que les caiga en la cara. A ellas no les gusta mojarse, dejarán caer sus varitas y se cubrirán la cara con sus manos. Lo demás será fácil.

Poco a poco, las hadas fueron apareciendo, y cuando estuvieron todas juntas, la reina las dirigió y salieron del valle.

Cuando llegaron al río, los duendes y los gnomos saltaron, gritaron y salpicaron el agua sobre las pobres haditas, que dejaron caer sus varitas, se cubrieron las caras y salieron corriendo. Los duendes y los gnomos salieron del agua, levantaron las varitas y corrieron al bosque, y para cuando las hadas se secaron los ojos para poder ver, los duendes y gnomos ya no estaban a la vista.

—¿Qué hacemos? —gritaron las hadas—. Se han llevado nuestras varitas y estamos indefensas, y nadie sabe el daño que puedan hacer con ellas esas malvadas criaturas. 

Pero la reina las calmó levantando su varita. Se le había caído en el fondo del carruaje y los duendes y gnomos no se dieron cuenta.

—No se preocupen —les dijo—. Pronto les rogarán que vayan a buscar sus varitas, porque pienso hacer que se sientan muy incómodos. Esperen aquí —dijo a las hadas y se alejó en dirección a donde habían ido los duendes y gnomos.

Los duendes y los gnomos se habían adentrado en el bosque, y tan pronto como encontraron un claro, dejaron de correr. 

—Ahora —dijeron—, transformaremos todo aquí y haremos un lugar que valga la pena.

Uno de ellos tocó un árbol con la varita, y allí apareció una gran casa, pero los demás no querían una casa. Entonces un duende convirtió una roca en un estanque, y los gnomos dijeron que era una de sus puertas, y se pusieron a discutir y golpearse unos con otros con las varitas, y cada uno que era tocado con una varita, se convertía en piedra. Luego las varitas quemaron las manos de los otros, y cuando las tiraron al suelo, se convirtieron en serpientes de fuego y los persiguieron hasta que aquellos que no estaban convertidos en piedra corrían en todas direcciones para escapar de las varitas ardientes.

En medio de todo esto, apareció la Reina de las Hadas, y cuando los duendes y los gnomos la vieron, corrieron hacia ella y le rogaron que les quitara las varitas. Pero ella les dijo que, si querían liberarse de ellas y que sus compañeros volvieran a su forma natural, debían ir con las hadas, pedirles perdón y pedirles que vinieran a buscar las varitas, ya que cada varita era gobernada por el hada que a la que pertenecía.  Los duendes y los gnomos salieron corriendo. Encontraron a las hadas y les dijeron que lamentaban haberlas asustado y salpicado agua en la cara. Luego les rogaron que vayan a buscar sus varitas. Cuando las hadas llegaron a donde esperaba la Reina, las varitas yacían tranquilamente en el suelo, y cada hada recogió la suya.

—¿Podrían hacernos el favor de tocar a nuestros compañeros que han sido convertidos en piedra? —preguntaron los duendes y gnomos con mucha humildad—; y la casa y el estanque también —dijeron—. No queremos nada que nos recuerde a estas espantosas varitas.

La reina accedió a todas las peticiones menos una.

—El estanque debe permanecer como está —dijo—. Eso les recordará su maldad, y si alguna vez vuelven a molestar a las hadas, el agua hervirá y correrá sobre sus rocas y las hundirá en la tierra y los quemará.

Los duendes y los gnomos corrieron tan rápido como pudieron, prometiendo no molestar nunca más a las hadas.


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