Érase una vez un hada que se casó con un mortal, aunque su marido no sabía que ella era un hada. Sucedió que una noche, un hada se apartó de su reina y sus hermanas hadas y voló a hasta la cima de una montaña, donde vivía un pobre joven campesino, que era excepcionalmente guapo.
El hada encontró al campesino dormido a la luz de la luna frente a su puerta. Al ver su hermoso rostro, se enamoró de él. Sin embargo, sabía que nunca podría ser su esposa mientras siguiera siendo un hada. Decidida a estar con su amado, voló hacia una vieja bruja a la que había ayudado en el pasado, y le contó su deseo de volverse mortal. Le explicó que se había enamorado de un mortal y que nunca volvería a ser feliz sin su amor.
La vieja bruja la advirtió:
—Conoces las consecuencias si eres descubierta por tu reina, aunque seas mortal.
—Si, lo sé —respondió el hada—, pero estoy dispuesta a arriesgarlo todo para ser la esposa de mi amado. Por favor, madre bruja, transfórmame pronto así puedo regresar antes de que despierte.
Accediendo a su petición, la vieja bruja transformó al hada en una hermosa mujer y le dio un par de zapatos encantados para que se los pusiera mientras escalaba la montaña. La bruja le dijo:
—Tira estos zapatos por la ladera de la montaña tan pronto como llegues a la cima. Están encantados, y si el hada reina o cualquiera de tus hermanas los vieran, sabrían de inmediato que tú eres el hada que se escapó. Seguirán buscándote.
El hada prometió seguir las instrucciones de la bruja y se calzó los zapatos. Se deslizó montaña arriba y se detuvo junto al campesino dormido, olvidándose completamente de zapatos en su afán por despertar a su amado. Cuando el campesino abrió sus ojos y vio a la hermosa muchacha, se enamoró de ella y le pidió que fuera su esposa.
La noche siguiente, el la Reina de las Hadas reunió a sus hadas y notó que faltaba una de ellas.
—Búsquenla —ordenó la reina—. Búsquenla por todas partes, y si ha huido, deberá enfrentar las consecuencias.
Las haditas se fueron volando, buscando debajo de las piedras, las hojas, e incluso en el río, pero no pudieron encontrar a su hermana hada. La dieron por perdida.
Sin embargo, la reina no estaba dispuesta a rendirse.
—Debemos encontrarla —dijo a las hadas—. Ningún hada puede perderse para siempre. O ha huido y se ha convertido en mortal, o puede ser encontrada. Esta noche buscaremos en las cimas de las montañas, y yo iré con ustedes.
La niña hada estaba contenta y era feliz con su marido, que la amaba profundamente. Sin embargo, nunca le reveló su origen, lo que a veces la entristecía.
En cuanto a los zapatos que la bruja le había ordenado desechar, la niña hada los había escondido bajo un arbusto, pensando que algún día podría necesitarlos. Fue allí donde la Reina de las Hadas los descubrió y reconoció sus propiedades mágicas.
—Está en la cima de la montaña —dijo la reina—. Debemos encontrarla. Tengo la fuerte sensación de que se ha convertido en mortal. Se enfrentará a un severo castigo por sus acciones.
Así, las hadas y la reina volaron alrededor de la montaña hasta llegar a la cabaña donde vivían el campesino y la niña hada. Se asomaron por la ventana. Al principio, la reina no estaba segura si la niña era el hada perdida. Sin embargo, sabía que, si era el hada perdida, podría ver a la reina cuando golpeara la ventana. Para asegurarse de que el campesino no pudiera verla, la reina se hizo invisible a los ojos de los mortales. Sin embargo, sabía que la niña, si alguna vez había sido un hada, siempre podría ver a su reina.
—Tappity-tap, tappity-tap —sonó la varita de la reina en la ventana.
Al instante, la niña hada levantó la vista y vio a su reina. Se puso pálida, y su marido la abrazó preocupado por su bienestar. Sin embargo, ella le aseguró que solo se había pinchado el dedo con una aguja y que no se encontraba mal.
Esa noche, mientras su marido dormía, la niña hada salió de la casa en silencio, sabiendo que la reina había venido por ella. Sólo le quedaba una posibilidad de escapar: recuperar los zapatos y llegar hasta la vieja bruja antes de que la reina pudiera tocarla con su varita.
Cerró la puerta con cuidado y se dirigió hacia el arbusto donde había escondido los zapatos mágicos. Cuando extendió la mano para recogerlos, las hadas salieron de los zapatos. De debajo de uno de ellos, la reina, que había estado escondida, alargó la varita y tocó a la niña hada en la cabeza.
En el momento en que la Reina de las Hadas tocó a la niña hada en la cabeza, ésta se transformó en un conejo blanco y echó a correr hacia el bosque. La reina explicó:
—Ya ven lo que podría ocurrirles, hadas mías, si huyen o se convierten en mortales. Las convertiré en conejos blancos y nunca podrán recuperar su forma de hadas. Seguirán siendo conejo blanco, ya que solo hay una forma improbable de volver a ser mortal.
Las pequeñas hadas prometieron que nunca huirían de la reina como había hecho la niña hada. Con ojos apenados, miraron hacia el lugar donde el pequeño conejo blanco había desaparecido en el bosque.
Cuando el campesino despertó y descubrió la ausencia de su esposa, salió corriendo de la cama, y buscó por todos los rincones de la casa. Buscó bajo la cama, pensando que quizás le estaba haciendo una broma escondiéndose allí. Luego buscó en el armario y en el ático, pero no estaba por ningún lado. La buscó por toda la montaña, pero había desaparecido sin dejar rastro. Su desaparición era tan misteriosa como su llegada, y el campesino comenzó a preguntarse si ella no sería un hada después de todo.
Un día, mientras lloraba en la puerta de su cabaña por la pérdida de su esposa, se le acercó un conejo blanco y le rozó la pierna con la cabeza. El campesino miró hacia abajo, lo levantó y lo acunó en su regazo acariciándole suavemente la cabeza.
—Pobre criatura, ¿has perdido a tu pareja? —se compadeció.
Para su sorpresa, cuando dejó el conejo en el suelo, éste no corrió hacia el bosque. En cambio, se quedo a su lado. Cuando entró a la cabaña, el conejo saltó al umbral e insistió en acompañarlo. El campesino se apiadó del conejo y le permitió entrar.
Lo alimentó con lechuga y otras verduras y le hizo una cama cerca de la suya. De algún modo, la presencia del pequeño conejo blanco lo reconfortaba cada vez que pensaba en su esposa perdida.
A menudo, mientras caminaba por a montaña, se topaba con un par de zapatos debajo de un arbusto. Eran tan pequeños que se preguntaba si tenían propiedades mágicas. Los llevó a su cabaña y los puso en el suelo. Al ver los zapatos, el conejo blanco corrió hacia ellos y se sentó a su lado, dándoles un empujón con la nariz.
El conejo se quedó tan cerca de los zapatos que el campesino lo metió dentro de uno de ellos. En cuanto el conejo tocó el interior del zapato, éste salió corriendo por la puerta, sin que el campesino pudiera seguirle el ritmo.
Sin inmutarse, siguió corriendo y vio como el zapato descendía rápido y se adentraba en el bosque que había al pie de la montaña. El campesino lo siguió y vio que el zapato se detenía frente a la entrada de la cueva de la vieja bruja.
Observando el zapato que tenía el conejo blanco dentro, la bruja comentó:
—Así que la reina te encontró, ¿verdad? Te dije que tiraras los zapatos por la ladera de la montaña. ¿Porqué no seguiste mis instrucciones? Ahora solo hay una manera de salvarte: algún mortal debe pedirte que te cases con él. Sin embargo, es muy poco probable, ya que los mortales no están dispuestos a casarse con conejitos blancos.
El pequeño conejo agachó la cabeza, incapaz de hablar, pero comprendía las palabras de la bruja.
El campesino, al oír cada palabra intercambiada entre la bruja y el conejo, empezó a comprender la situación. Se acercó rápido hacia la bruja y dijo:
—Madre bruja, yo me casaré con el conejito blanco. Por favor, bendice nuestra unión.
La bruja agitó su bastón sobre él mientras recogía el conejo blanco del zapato. En sus brazos, el campesino encontró de nuevo a su esposa, transformada permanentemente en mortal. El hechizo del hada había desaparecido.
—Les doy mi bendición —proclamó la bruja—. Como presente, cuando regresen a casa, lo primero que deben hacer es mirar dentro del otro zapato. Entonces tiren el zapato por la ladera de la montaña, o el mismo destino que te ocurrió a ti le ocurrirá a lo que encuentres dentro del zapato.
La esposa se comprometió a cumplir su promesa esta vez, prometiendo que, en cuanto llegaran a casa, se desharía del zapato.
El campesino y su esposa expresaron su gratitud a la vieja bruja y se apresuraron a regresar a su cabaña. Cuando miraron dentro del zapato mágico, quedaron asombrados al descubrir una preciosa niña que les sonreía. La esposa acunó al bebé cerca de su corazón y dijo a su esposo:
—Apresúrate, toma el zapato y arrójalo lejos por la ladera de la montaña. Nuestra hija debe seguir siendo mortal, ya que puede que no tenga tanta suerte como yo de encontrar un mortal dispuesto a casarse con un conejito blanco para reunirse con su esposa.
El campesino no tardó en deshacerse del zapato mágico. Volvió corriendo a la cueva de la vieja bruja y le pidió que se convirtiera en la madrina de su hija. Encantada, la bruja agitó su bastón sobre la bebé, concediéndole el don de la felicidad eterna y garantizando que se convirtiera en una mujer hermosa y virtuosa.
El campesino y su esposa desconocían si la Reina de las Hadas se había enterado del destino del conejo blanco. Aunque así fuera, las pequeñas hadas nunca fueron informadas, ya que la reina poseía una gran sabiduría. Comprendía que ninguna de las hadas se quedaría con ella si existiera la posibilidad de encontrar una felicidad duradera, al igual que su hermana hada que se escapó y se casó con un mortal.