—¡Hay que hacer algo, y hacerlo de inmediato! —dijo Reynard una noche, cuando regresaba con las manos vacías de las granjas de alrededor de sus tierras.
—Todos los granjeros de los alrededores han puesto trampas, y están cazando a todos los habitantes del bosque, y si no pongo mi ingenio a trabajar, moriré de hambre, eso es seguro —continuó.
Al llegar a su casa, Reynard no se acostó. Primero avivó el fuego y lo hizo arder con más intensidad, y luego puso la tetera. Luego se puso sus viejas sandalias y su bata, y llenó su pipa. Cuando el agua hirvió en la tetera, Reynard se preparó un tazón de té de jengibre que bebió, y después de entrar en calor, encendió su pipa, se sentó en una mecedora frente al fuego y, poniendo los pies sobre la estufa, empezó a fumar, a mecerse y a pensar, todo al mismo tiempo, lo que demuestra que puede hacer más de una cosa a la vez.
Era casi el amanecer cuando dejó de pensar y mecerse. Su pipa se había apagado, pero Reynard seguía teniéndola en la boca porque, según decía, podía pensar mejor así.
—Ya lo tengo —dijo finalmente, dándose una palmada en la rodilla y levantándose de un salto tan rápido que volcó la mecedora, pero no se detuvo a recogerla; estaba demasiado interesado en su plan en ese momento.
Reynard fue a su despensa, que era casi como la de la vieja madre Hubbard, y encontró un trozo de pan que había pasado por alto el día anterior. Le echó agua y una pizca de sal y se lo comió para desayunar.
Apenas pudo esperar a que saliera el sol para empezar a llamar a la gente del bosque.
Reynard llamó primero a la casa del señor O. Zarigüeya y después a la casa del señor Mapa Che; luego se detuvo en la puerta del señor J. Conejo y el señor Ardilla, y después llamó a la puerta del señor Oso Pardo.
A todos les dijo que estuvieran en su casa a mediodía porque tenía algo muy importante que decirles.
Todos se apresuraron en terminar sus trabajos esa mañana, pues estaban ansiosos por oír lo que Reynard tenía que decirles. Después que estuvieron todos sentados en el suelo frente a su casa, Reynard salió y se sentó en el umbral.
—Vecinos y amigos —dijo Reynard, mirándolos y hablando con semblante serio—, los he convocado a todos aquí por una cuestión muy vital. Por supuesto, todos saben lo que significa vital, así que no me detendré a explicarlo.
Cada uno quería que el otro pensara que era sabio, así que todos dijeron que sabían perfectamente lo que significaba esa palabra, aunque en realidad no tenían la menor idea.
—Procederemos entonces —dijo Reynard—. Los habitantes del bosque hemos hecho mucho mal en el pasado; hemos robado los vegetales de los granjeros.
El señor J. Conejo, el señor Ardilla y Marcelo Mota se levantaron de un salto y abrieron la boca para protestar, pero Reynard levantó la mano y dijo:
—¡Esperen! —y continuó—. Y hemos robado las aves de corral del granjero, y sus cerdos, e incluso un cordero de vez en cuando.
—Hace siglos no pruebo un cordero —gruñó el señor Oso Pardo—, pero me gustaría; no me importa admitirlo.
—Por favor, silencio —dijo Reynard—. Sé, como les dije al principio, que éste es un tema vital.
—Tal como pensaba; significa algo para comer —susurró Marcelo Mota a J. Conejo.
Reynard continuó con su discurso:
—Este es un tema vital, y sé que será duro para nosotros durante un tiempo, especialmente para el señor Mapa Che, el señor O. Zarigüeya y para mí, e incluso para el señor Oso, pero siento que debemos superar nuestros hábitos, que he llegado a la conclusión de que son malos; muy malos, de hecho.
Todos se sentaron derechos y escucharon, preguntándose qué vendría a continuación, pues todos en el bosque sabían lo mucho que Reynard pensaba en comer.
—Si, debemos dejar de robar comida a los campesinos —dijo Reynard—. No está bien, y lo que no está bien, está mal, y hacer el mal es ser malvado, y estoy seguro que ninguno de nosotros desea ser malvado, amigos míos.
Todos pusieron cara solemne como una lechuza y dijeron que no querían ser malvados.
—Entonces, amigos míos, debemos dejar de ir a lo de los granjeros de por aquí y vivir de las cosas que encontremos en el bosque. Estoy seguro de que seremos más felices y mejores por ello —dijo Reynard—. Ahora, ¿cuántos están dispuestos a ser malvados?
Por supuesto, nadie levantó su mano ni se puso de pie, y Reynard dijo:
—Bien, sabía que todos mis amigos y vecinos querían ser buenos, tanto como yo, solo que nadie se los mencionó antes. Ahora, a partir de este momento, todos nosotros vamos a vivir de las raíces, hojas, nueces y cosas, y nunca más ir a ninguna de las granjas. ¿Estamos de acuerdo?
Todos dijeron que sí, pero ninguno se veía contento, excepto Reynard, y Marcelo Mota le dijo a J. Conejo, mientras iban camino de vuelta a casa, que tenían la intención de asegurarse de que Reynard cumpliera su parte del trato, pues nunca confiaron en él, y que uno de la familia Zorro tuviera ideas tan repentinas sobre ser bueno, les parecía muy extraño.
Marcelo Mota vigilaba y vigilaba, pero ni una sola vez sorprendió a Reynard saliendo del bosque, y empezó a pensar que tal vez había pensado mal de la familia Zorro, cuando una noche vio a Reynard saliendo de la casa con una bolsa en el hombro.
—¡Ah! —pensó Marcelo Mota—, ahora veremos cuán bueno eres realmente, señor Reynard Zorro.
—Sospecho que vas a las granjas a recoger algunas gallinas o patos —dijo, y Marcelo tenía razón, pues Reynard salió del bosque y se dirigió a las colinas, y cuando regresó, su bolsa estaba llena. Había planeado que todos los animales se mantengan alejados de las granjas hasta que los granjeros pensaran que los habían espantado y ya no vigilaran tan de cerca ni pusieran trampas, y entonces Reynard las tendría todas para él solo.
Pero Reynard no contaba con el pequeño Marcelo Mota; de hecho, siempre había pensado que Marcelo era un muchachito tonto, pero ahora se enteraría. En cuanto Reynard abandonó el bosque, Marcelo Mota correteó por todas las casas de los habitantes del bosque y les contó lo que había visto, y cuando Reynard llegó a su puerta con la bolsa llena sobre su espalda, allí estaban todos esperándolo. Desde detrás de los árboles y los arbustos saltaron todos, hasta el punto en que Reynard pensó que todos los animales del mundo se habían reunido allí.
—Buenas noches, Reynard —dijeron todos—. Has salido muy tarde para pertenecer a nuestro Buen Club. ¿Qué llevas en la bolsa?
—Cuac, cuac —dijeron una gallina y un pato—. Y Reynard no necesitó responder; todos sabían lo que llevaba.
—Te expulsaremos del Buen Club —dijo Marcelo Mota—. Eres malvado según tu propia idea de la maldad y ya no eres apto para ser miembro.
Reynard parecía muy tonto y disgustado también, pero se animó al instante y dijo:
—Amigos y vecinos míos, me hacen mal. Esta noche les he preparado una pequeña sorpresa, pues sé a todo lo que han renunciado para pertenecer a este club; y como fui yo quien lo fundó, quería recompensarlos a todos por ser tan buenos socios.
—Pero como todas las buenas intenciones, las mías han sido malinterpretadas, pero les explicaré si el señor Marcelo Mota me lo permite.
—Adelante —dijo Marcelo, mostrando sus largos dientes delanteros mientras sonreía a Reynard de la más sarcástica manera—. Si puedes explicar tus acciones de esta noche y seguir siendo un miembro de honor del Buen Club, estaremos encantados de escucharte.
—Puedo explicarlo y lo haré, y de la manera más satisfactoria para todos los miembros. Se los aseguro —dijo Reynard.
—En esta bolsa tengo dos patos gordos, cinco gallinas gordas y cinco gansos, por no hablar de nabos y coles y un cerdo pequeño para el señor Oso Pardo.
—La he traído a cuestas por las colinas para darles una fiesta mañana por la noche y celebrar el aniversario de nuestro Buen Club, que ha comenzado hace apenas un mes.
Cuando Reynard hubo terminado su discurso, todo el mundo miró al pobre Marcelo Mota, pero él siguió mostrando sus largos dientes delanteros y dijo con mucha calma:
—Estoy seguro de que ésta es una fiesta sorpresa, Reynard, pero si no hubiera sido sorpresa, dudo mucho que hubiera habido fiesta; al menos para nosotros.
—Estoy satisfecho si los demás lo están y no te pediré que abandones el Buen Club. Pero hay una cosa que quiero pedirte. Es lo siguiente: cuando comenzaste este club, diste un discurso y hablaste del tema como vital. ¿No pronunciaste mal esa palabra? Querías decir víveres, ¿verdad, Reynard?
—Bueno, puede que sí —dijo Reynard, contento de haber salido tan bien parado de una situación tan embarazosa—. De todas maneras, mañana por la noche habrá víveres, y en abundancia.
—Que sea esta noche —dijo Woody, sin estar nada seguro de que hubiera un mañana en lo que se refería a la bolsa de comida, y todos los demás le vieron sentido y coincidieron.
—Si, esta noche es una buena noche para una fiesta —dijeron.
Cuando todos hubieron comido todo lo que podían y se sentían felices, Marcelo Mota se levantó de la mesa y dijo:
—Creo que nuestro amigo Reynard ha demostrado que este club tiene un buen nombre. Este es el Buen Club, y esta ha sido una buena fiesta, y Reynard es un buen tipo…
—Cuando tiene que serlo —dijo a J. Conejo por lo bajo, que rió tan fuerte que se cayó de la silla.
Todos los animales cantaron:
—¡Oh, somos todos muy buenos! —mientras se iban a casa; pero Reynard se sentó a fumar junto al fuego, con sus pies sobre la estufa, y se balanceaba rápidamente mientras pensaba:
—Me pregunto si ese estúpido de Marcelo Mota me habrá atrapado solo, o si O. Zarigüeya o Mapa Che me habrán tendido una trampa.
Nunca lo supo, pero el Buen Club sigue existiendo en el bosque, donde viven todos ellos, aunque no significa el mismo tipo de bondad que Reynard pretendía que significara cuando fundó el club.
A todos los animales les gusta más, porque significa algo bueno para comer cuando tienen una reunión del club una vez al mes, y entonces todos vuelven a estar de acuerdo en que el Buen Club se llama así con razón.