El maravilloso mago de Oz: El rescate del Leñador de Hojalata (5/24)

Cuando Dorothy despertó, el sol brillaba entre los árboles y Toto había salido a perseguir pájaros y ardillas. Se sentó y miró a su alrededor. El Espantapájaros todavía estaba parado pacientemente en el rincón, esperándola. 

—Debemos ir en busca de agua —dijo ella.

—¿Por qué quieres agua? —preguntó él.

—Para lavarme la cara llena de tierra del camino, y para beber, para que el pan seco no se pegue en mi garganta. 

—Debe ser incómodo estar hecho de carne —dijo el Espantapájaros pensativo —pues deben dormir, comer y beber. Sin embargo, tienen cerebros, y vale la pena ser capaz de pensar.

Dejaron la cabaña y caminaron entre los árboles hasta encontrar un pequeño manantial de agua cristalina, donde Dorothy bebió, se aseó y comió su desayuno. Notó que no quedaba mucho pan en la canasta, y agradeció que el Espantapájaros no necesitaba alimentarse, ya que apenas había suficiente para alimentarlos a ella y a Toto ese día.

Cuando terminó su comida y estaba apunto de volver al camino de ladrillos amarillos, se sobresaltó al oír un profundo gemido cerca.

—¿Qué fue eso? —preguntó tímidamente.

—No lo sé —respondió el Espantapájaros—, pero podemos ir a ver.

En ese momento, otro gemido llegó a sus oídos; el sonido parecía venir desde detrás de ellos. Se dieron vuelta y caminaron a través del bosque algunos pasos, cuando Dorothy descubrió algo que brillaba al caer sobre él un rayo de sol entre los árboles. Corrió al lugar y se detuvo de repente, con un pequeño grito de sorpresa.

Uno de los grandes árboles había sido parcialmente cortado, y de pie junto a él, con un hacha levantada en sus manos, había un hombre hecho enteramente de hojalata. Su cabeza, sus brazos y sus piernas estaban unidos a su cuerpo, pero permanecía inmóvil, como si no pudiera moverse.

Dorothy y el Espantapájaros lo miraron asombrados, mientras Toto ladraba bruscamente y le mordía las patas de lata, que le hicieron daño en los dientes.

—¿Tu gemiste? —pregunto Dorothy.

—Sí —contestó el Leñador de Hojalata—, fui yo. Estuve gimiendo durante más de un año, y nunca nadie me escuchó o vino a ayudarme.

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó suavemente, pues estaba conmovida por la triste voz con la que hablaba.

—Consigue una lata de aceite y aceita mis articulaciones —respondió—. Están tan oxidadas que no puedo moverlas para nada; si estoy bien aceitado, pronto volveré a estar bien. Encontrarán la lata de aceite en un estante de mi cabaña.

Enseguida Dorothy corrió a la cabaña y encontró la lata de aceite, volvió y preguntó ansiosa:

—¿Dónde están tus articulaciones?

—Primero aceita mi cuello —respondió el Leñador de Hojalata. Así que ella lo hizo, y como estaba bastante oxidado, el Espantapájaros agarró la cabeza de hojalata y la movió de lado a lado suavemente, hasta que se liberó y el hombre pudo girarla por sí mismo.

—Ahora aceita las articulaciones de mis brazos —dijo. Y Dorothy las aceitó y el Espantapájaros las dobló cuidadosamente hasta que estuvieron libres de óxido y como nuevas.

El Leñador de Hojalata dio un suspiro de satisfacción y bajó su hacha, que apoyó contra el árbol.

—Esto es un gran alivio —dijo—. Estuve sosteniendo el hacha en el aire desde que me oxidé, y estoy contento de poder bajarla finalmente. Ahora, si aceitas las articulaciones de mis piernas, volveré a estar bien.

Así que aceitaron sus piernas hasta que pudo moverlas libremente; y les agradeció una y otra vez su liberación, pues parecía una criatura muy educada y muy agradecida.

—Podría haberme quedado ahí para siempre si ustedes no hubieran venido —dijo—, así que sin duda me han salvado la vida. ¿Cómo han llegado aquí?

—Estamos camino a Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz —respondió ella—, y paramos en tu cabaña a pasar la noche.

—¿Por qué desean ver a Oz? —preguntó.

—Yo quiero que me envía de regreso a Kansas, y el Espantapájaros quiere que le ponga un cerebro en su cabeza —respondió ella.

El Leñador de Hojalata pareció reflexionar profundamente por un momento y dijo:

—¿Crees que Oz pueda darme un corazón?

—Supongo que sí —respondió Dorothy—. Debería ser tan simple como darle un cerebro al Espantapájaros.

—Es cierto —respondió el Leñador de Hojalata—, así que, si me permiten unirme a ustedes, también iré a Ciudad Esmeralda y le pediré a Oz que me ayude.

—Vamos —dijo cordialmente el Espantapájaros, y Dorothy agregó que ella estaría encantada de contar con su compañía. Así que el Leñador de Hojalata se llevó el hacha al hombro y todos cruzaron el bosque hasta llegar al camino de ladrillos amarillos.

El Leñador de Hojalata le había pedido a Dorothy que guarde la lata de aceite en la canasta. 

—En caso de necesitarla nuevamente, si quedo atrapado en la lluvia y me oxido otra vez —dijo.

Fue una suerte que su nuevo camarada se uniera al grupo, pues poco después de haber emprendido viaje nuevamente, llegaron a un lugar donde los árboles y ramas crecían tan espesos sobre el camino que los viajeros no podían pasar. Pero el Leñador de Hojalata se puso a cortar con su hacha tan bien que en poco tiempo ya había marcado un camino para todo el grupo.

Dorothy estaba tan ensimismada pensando mientras caminaban, que no se dio cuenta cuando el Espantapájaros tropezó con un pozo y cayó rodando al costado del camino. De hecho, se vio obligado a llamarla para ayudarlo a ponerse de pie.

—¿Por qué no esquivaste el pozo? —Pregunto el Leñador de Hojalata.

—No sé lo suficiente —respondió el Espantapájaros con alegría—. Mi cabeza esta rellena con paja, ¿sabes? Por eso voy a pedirle a Oz un cerebro.

—Oh, ya veo —dijo el Leñador de Hojalata—. Pero, de todas maneras, los cerebros no son lo mejor del mundo. 

—¿Tú tienes alguno? —preguntó el Espantapájaros.

—No, mi cabeza esta vacía —contestó el Leñador de Hojalata—. Pero hubo un tiempo en que tuve cerebro y corazón; así que, habiendo tenido ambos, preferiría tener un corazón.

—¿Por qué? —preguntó el Espantapájaros.

—Te contaré mi historia, así lo sabrás. 

Entonces, mientras caminaban por el bosque, el Leñador de Hojalata contó la siguiente historia: 

—Soy hijo de un leñador que talaba árboles en el bosque y vendía la madera para ganarse la vida. Cuando crecí, también me convertí en leñador, y cuando murió mi padre, cuidé de mi madre mientras vivió. Entonces decidí que, en vez de vivir en soledad, me iba a casar para no sentirme solo.

—Había una chica Munchkin que era tan hermosa que pronto llegué a quererla con todo mi corazón. Ella, por su parte, prometió casarse conmigo tan pronto como yo ganase suficiente dinero como para construirle una casa mejor; así que me puse a trabajar más duro que nunca. Pero la chica vivía con una anciana que no quería que se casara con nadie, pues era tan perezosa que deseaba que la chica permanezca con ella para cocinarle y hacer los trabajos de la casa. La anciana fue con la Bruja Malvada del Este y le prometió dos ovejas y una vaca si evitaba el casamiento. Entonces la Bruja Malvada encantó mi hacha, y un día, cuando estaba talando lo mejor que podía, pues estaba ansioso de tener mi nueva casa y mi esposa lo más pronto posible, el hacha se resbaló de golpe y me cortó la pierna izquierda.

—Al principio pareció una desgracia; por lo que yo sabía, un hombre con una sola pierna no podía desempeñarse bien como leñador. Por eso fui con un hojalatero y le hice hacerme una nueva pierna de hojalata. La pierna funcionó muy bien una vez que me acostumbré a ella. Pero mis acciones enojaron a la Bruja Malvada del Este, ya que había prometido a la anciana que yo no me casaría con la chica Munchkin. Cuando comencé a talar nuevamente, mi hacha se resbaló y cortó mi pierna derecha. Fui de nuevo con el hojalatero, y nuevamente me hizo una pierna de hojalata. Después de esto, el encanto me cortó los brazos, uno tras otro. Sin amedrentarme, los reemplacé por unos de hojalata. La Bruja Malvada hizo que el hacha se resbalara y me cortara la cabeza, y al principio pensé que ese era mi final. Pero apareció el hojalatero y me hizo una cabeza nueva de hojalata.

—Pensé que había derrotado a la Bruja Malvada, y trabajé más duro que nunca; pero no sabía lo cruel que podía ser mi enemiga. Ella pensó una nueva manera de matar mi amor por la hermosa Munchkin soltera, e hizo que mi hacha se resbale nuevamente, de tal manera que atravesó mi cuerpo partiéndome en dos mitades. Una vez más, apareció el hojalatero para ayudarme y me hizo un cuerpo de hojalata. Sujetó mis brazos, piernas y cabeza de hojalata a él por medio de articulaciones, para que pudiera moverme libremente. Pero, ¡ay! Ahora no tenía un corazón, por lo que perdí todo mi amor por la chica Munchkin y no me importaba si me casaba o no con ella. Supongo que sigue viviendo con la anciana, esperando que vaya a buscarla.

—Mi cuerpo brillaba tanto al sol que me sentía muy orgulloso, y no importaba si el hacha se resbalaba, porque ya no podía lastimarme. Había solo un peligro más: que mis articulaciones se oxiden; por eso tenía una lata de aceite en mi cabaña y me ocupé de aceitarme cada vez que lo necesité. Sin embargo, hubo un día en que me olvidé de hacerlo, y al verme atrapado en una tormenta con mucha lluvia, mis articulaciones se oxidaron antes que pudiera pensarlo siquiera; y me quedé parado en el bosque hasta que ustedes vinieron a ayudarme. Fue algo terrible, pero durante el año que estuve ahí parado, tuve mucho tiempo para pensar que la mayor pérdida que había sufrido era la de mi corazón. Cuando estuve enamorado, fui el hombre más feliz de la tierra; pero nadie puede amar si no tiene corazón, así que estoy decidido a pedirle a Oz que me dé uno. Si lo hace, volveré a buscar a la doncella de Munchkin y me casaré con ella.

Tanto Dorothy como el Espantapájaros estaban muy interesados en la historia del Leñador de Hojalata, y ahora sabían por qué estaba tan ansioso por conseguir un corazón nuevo.

—De todas formas —dijo el Espantapájaros—, yo pediré un cerebro en vez de un corazón; ya que un tonto no sabría que hacer con un corazón si lo tuviera.

—Yo tomaré el corazón —retomó el Leñador de Hojalata—, ya que un cerebro no te hará feliz, y la felicidad es lo mejor del mundo. 

Dorothy no dijo nada, pues estaba desconcertada por saber cuál de sus amigos tenía razón, y decidió que, si podía volver a Kansas y a la tía Em, no importaba mucho si el Leñador de Hojalata no tenía cerebro y el Espantapájaros corazón, o si cada uno conseguía lo que quería.

Lo que más le preocupaba era que casi se había acabado el pan, y otra comida para ella y Toto dejaría vacía la canasta. Para estar seguros, ni el Leñador de Hojalata ni el Espantapájaros comían jamás, pero ella no estaba hecha de hojalata o paja, y no podía vivir a menos que se alimentara.


Downloads