El dragón de mi padre: Mi padre huye (2/10)

—La Isla Salvaje está prácticamente cortada en dos por un río muy ancho y fangoso —continuó la gata—. Este río nace cerca de un extremo de la isla y desemboca en el océano por el otro. Los animales de allí son muy perezosos, y solían odiar tener que dar toda la vuelta al principio de este río para llegar al otro lado de la isla. Esto hacía que las visitas fueran incómodas y las entregas de correo lentas, particularmente en navidad. Los cocodrilos podrían haber transportado pasajeros y correo a través del río, pero son muy malhumorados y poco fiables, y siempre están buscando algo para comer. No les importa que los animales tengan que caminar por el río, así que eso es lo que hicieron por muchos años.

—Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con los aviones? —preguntó mi padre, que pensó que la gata estaba tardando mucho en explicarse.

—Sé paciente, Elmer —dijo la gata, y continuó con la historia—. Un día, unos cuatro meses antes de que yo llegara a Isla Salvaje, una cría de dragón cayó desde una nube que volaba bajo a la orilla del río. Era demasiado joven para volar bien y, además, se había lastimado bastante un ala, así que no pudo volver a su nube. Los animales lo encontraron poco después y todos dijeron: “¡vaya, esto es justo lo que hemos necesitado todos estos años!”. Le ataron una gran cuerda al cuello y esperaron a que el ala se recuperara. Esto iba a acabar con todos los problemas para cruzar el río.

—Nunca he visto un dragón —dijo mi padre—. ¿Lo has visto? ¿Cómo es de grande?

—Ah, sí, claro que vi al dragón. De hecho, nos hicimos muy amigos —dijo la gata—. Me escondía en los arbustos y hablaba con él cuando no había nadie cerca. No es un dragón tan grande, del tamaño de un gran oso negro, aunque imagino que habrá crecido bastante desde que me fui. Tiene una cola larga y rayas amarillas y azules. Tiene el cuerno, los ojos y la planta de los pies de color rojo vivo, y las alas doradas. 

—Oh, ¡qué maravilloso! —dijo mi padre—. ¿Qué hicieron los animales con él cuando se le curó el ala?

—Empezaron a entrenarlo para transportar pasajeros y, aunque sólo era una cría de dragón, lo hacían trabajar todo el día, y a veces toda la noche también. Le hacen llevar cargas demasiado pesadas y, si se queja, le retuercen las alas y lo golpean. Siempre está atado a una estaca con una cuerda lo suficientemente larga como para cruzar el río. Sus únicos amigos son los cocodrilos, que le dicen “hola” una vez a la semana, si no se les olvida. De verdad, es el animal más miserable que he conocido. Cuando me fui le prometí que intentaría ayudarle algún día, aunque no veía cómo. La cuerda que lleva en el cuello es la mas grande y dura que puedas imaginar, con tantos nudos que tardarías días en desatarlos todos. De todos modos, cuando hablabas de aviones, me diste una buena idea. Ahora, estoy bastante seguro de que, si fuera capaz de rescatar al dragón, lo cual no sería nada fácil, te dejaría montarlo casi en cualquier sitio, siempre que fueras amable con él, claro. ¿Qué tal si lo intentas?

—Oh, me encantaría —dijo mi padre, y estaba tan enfadado con su madre por haber sido grosera con la gata que no sintió la menor pena por huir de casa por algún tiempo.

Aquella misma tarde, mi padre y la gata bajaron a los muelles para informarse sobre los barcos que iban a la Isla de Tangerina. Averiguaron que un barco zarparía la semana siguiente, así que enseguida empezaron a planear el rescate del dragón. La gata fue de gran ayuda sugiriendo cosas para que mi padre la llevara consigo, y le dijo todo lo que sabía sobre la Isla Salvaje. Por supuesto, era demasiado mayor para acompañarlo.

Todo tenía que mantenerse muy en secreto, así que cuando encontraban o compraban algo para llevar al viaje, lo escondían detrás de una roca en el parque. La noche antes de zarpar, mi padre tomó prestada la mochila de su padre y él y la gata empacaron todo con mucho cuidado. Llevó chicles, dos docenas de paletas rosas, un paquete gomas elásticas, botas negras de goma, una brújula, un cepillo de dientes y un tubo de pasta dentífrica, seis lupas, una navaja muy afilada, un peine y un cepillo, siete cintas para el pelo de diferentes colores, una bolsa de cereales vacía con una etiqueta que decía “Arándano”, algo de ropa limpia y suficiente comida para que le durara a mi padre mientras estuviera en el barco. No podía vivir a base de ratones, así que llevó veinticinco bocadillos de mantequilla de maní y mermelada y seis manzanas, porque eran todas las manzanas que había en la despensa.

Cuando todo estuvo empacado, mi padre y la gata bajaron a los muelles para dirigirse al barco. Había un vigilante nocturno de guardia, así que mientras la gata hacía ruidos raros para distraer su atención, mi padre corrió por la pasarela hasta el barco. Bajó a la bodega y se escondió entre unos sacos de trigo. El barco zarpó a la mañana siguiente.


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