El dragón de mi padre: Mi padre encuentra el río (4/10)

La selva empezaba justo después de una estrecha franja de playa; una selva espesa, oscura, húmeda y aterradora. Mi padre apenas sabía adónde ir, así que se metió debajo de un arbusto de wahoo para pensar, y se comió ocho mandarinas. Decidió que lo primero que había que hacer era encontrar el río, porque el dragón estaba amarrado en algún lugar de su orilla. Luego pensó:

—Si el río desemboca en el océano, debería poder encontrarlo con bastante facilidad si camino lo suficiente por la playa. 

Así que mi padre caminó hasta que salió el sol y estuvo bastante lejos de las rocas del océano. Era peligroso quedarse cerca de ellas, porque podían estar vigiladas durante el día. Encontró una zona de hierba alta y se sentó. Luego se quitó las botas de goma y comió tres mandarinas más. Podría haberse comido doce, pero no había visto ninguna mandarina en la isla y no podía arriesgarse a quedarse sin nada que comer.

Mi padre durmió todo el día y solo se despertó a última hora de la tarde, cuando oyó una vocecita graciosa que decía:

—¡Extraño, extraño, que roquita tan querida! Quiero decir, ¡querido, querido, que roquita tan extraña!

Mi padre vio una patita rozándole la mochila. Se quedó muy quieto y el ratón (pues era un ratón) se alejó a toda prisa murmurando para sí:

—Debo oler a tumduddy. Debo decírselo a alguien.

Mi padre esperó unos minutos y luego empezó a bajar por la playa, porque ya era casi de noche y temía que el ratón se lo contara a alguien. Caminó toda la noche, y ocurrieron dos cosas espantosas. Primero, tuvo que estornudar, así que lo hizo, y alguien que estaba cerca dijo:

—¿Eres tú, mono? —y mi padre dijo:

—Si. 

Entonces la voz dijo:

—Debes llevar algo en la espalda, mono —y mi padre dijo:

—Si —porque así era. Llevaba su mochila en la espalda.

—¿Qué tienes en la espalda, mono? —preguntó la voz.

Mi padre no sabía que decir, porque ¿qué tendría un mono en la espalda, y como sonaría contárselo a alguien si tuviera algo? En ese momento, otra voz dijo:

—Seguro llevas a tu abuela enferma al médico 

—Si —dijo mi padre, y se apresuró a seguir.

Más tarde descubrió por casualidad que había estado hablando con un par de tortugas.

La segunda cosa que ocurrió fue que estuvo a punto de meterse entre dos jabalíes que hablaban en voz baja y solemne. Cuando vio por primera vez las formas oscuras, pensó que eran rocas. Justo a tiempo oyó a uno de ellos decir:

—Hay tres signos de una invasión reciente. Primero, se han encontrado cáscaras frescas de mandarinas bajo el arbusto de wahoo cerca de las rocas oceánicas. Segundo, un ratón informó de una roca extraordinaria a cierta distancia de las rocas oceánicas que, tras una investigación detallada, ya no estaba ahí. Sin embargo, se encontraron más cáscaras frescas de mandarina en ese lugar, que es el tercer signo de invasión. Dado que las mandarinas no crecen en nuestra isla, alguien debe haberlas traído a través de las rocas oceánicas desde la otra isla, lo que puede, o no, tener algo que ver con la aparición y/o desaparición de la roca extraordinaria reportada por el ratón.

Luego de un largo silencio, el otro jabalí dijo:

—Sabes, creo que nos estamos tomando todo esto muy seriamente. Probablemente esas cáscaras llegaron hasta aquí flotando por sí solas, y ya sabes lo poco fiables que son los ratones. Además, si hubiera habido una invasión, ¡yo la habría visto!

—Tal vez tengas razón —dijo el primer jabalí—¿Nos retiramos?

Y ambos se adentraron en la jungla.

Bueno, eso le dio una lección a mi padre, y después de eso guardó todas sus cáscaras de mandarina. Caminó toda la noche y por la mañana llegó al río. Entonces empezaron realmente sus problemas.


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