El dragón de mi padre: Mi padre conoce a un rinoceronte (6/10)

Mi padre no tardó en encontrar un sendero que se alejaba del claro. Podría haber todo tipo de animales en él, pero decidió seguirlo sin importarle lo que encontrara, porque podría guiarlo hasta el dragón. Se mantuvo alerta y siguió adelante.

Justo cuando se sentía bastante seguro, tomó una curva justo detrás de los dos jabalíes. Uno le estaba diciendo al otro:

—¿Sabías que las tortugas creyeron ver anoche al mono llevando a su abuela enferma al médico? Pero la abuela del mono murió hace una semana, así que debieron haber visto algo más. Me pregunto qué habrá sido.

—Te dije que había una invasión en marcha —dijo el otro jabalí—, y tengo la intención de averiguar de qué se trata. No soporto las invasiones. 

—To yampoco —dijo una vocecita—, quiero decir, yo tampoco —y mi padre supo que el ratón también estaba allí.

—Bien —dijo el primer jabalí—, tú busca el rastro por aquí hasta el dragón. Yo bajaré por el otro camino a través del gran claro, y enviaremos al ratón a vigilar las rocas oceánicas por si la invasión decidiera marcharse antes de que la encontremos.

Mi padre se escondió detrás de un árbol de caoba justo a tiempo, y el primer jabalí pasó junto a él. Mi padre esperó a que el otro jabalí le sacara ventaja, pero no esperó mucho porque sabía que, cuando el primer jabalí viera a los tigres mascando chicle en el claro, sospecharían aún más.

Pronto el sendero cruzó un pequeño arroyo y mi padre, que para entonces tenía mucha sed, se detuvo a beber agua. Todavía llevaba puestas las botas de goma, así que se metió en un pequeño charco de agua y se agachó, cuando algo muy afilado lo agarró por el trasero y lo sacudió con fuerza.

—¿No sabes que esa es mi piscina de llanto privada? —dijo una voz profunda y enojada.

Mi padre no podía ver quién hablaba porque estaba suspendido en el aire justo encima de la piscina, pero dijo:

—Oh, no, lo siento. No sabía que todo el mundo tenía una piscina de llanto privada.

—¡Todo el mundo no! —dijo la voz enojada—, pero yo sí, porque tengo una cosa muy grande por la que llorar, y ahogo a todo el que encuentro usando mi piscina de llanto. 

Con eso, el animal sacudió a mi padre arriba y abajo sobre el agua.

—¿Por-qué-lloras-tanto? —preguntó mi padre, tratando de recuperar el aliento, y pensó en todas las cosas que llevaba en su mochila.

—Oh, tengo muchas cosas por las que llorar, pero la mayor es el color de mi colmillo. 

Mi padre se revolvió para todos lados intentando ver el colmillo, pero estaba detrás del trasero de sus pantalones, donde no podía verlo. 

—Cuando era un rinoceronte joven, mi colmillo era blanco perlado —dijo el animal (¡y entonces mi padre supo que estaba colgado del trasero de sus pantalones del colmillo de un rinoceronte!)—, pero se ha vuelto de un amarillo grisáceo desagradable en mi vejez, y lo encuentro muy feo. Verás, todo lo demás sobre mi es feo, pero cuando tenía un hermoso colmillo no me preocupaba tanto por el resto. Ahora que mi colmillo también es feo, no puedo dormir por las noches solo de pensar en lo completamente feo que soy, y lloro todo el tiempo. Pero, ¿por qué debería contarte todas estas cosas? Te pillé usando mi piscina, y ahora voy a ahogarte. 

—Espera un momento, rinoceronte —dijo mi padre—, tengo algunas cosas que harán que tu colmillo vuelva a estar blanco y hermoso. Bájame y te las daré.

El rinoceronte dijo:

—¿Sí? ¡No lo puedo creer! Estoy muy emocionado —Dejó a mi padre en el suelo y se puso a bailar en círculo mientras mi padre sacaba el tubo de pasta y el cepillo de dientes.

—Ahora —dijo mi padre—, acerca un poco el colmillo, por favor, y te enseñaré cómo empezar.

Mi padre mojó el cepillo en el charco, echó un poco de pasta de dientes y frotó con fuerza en un punto muy pequeño. Luego le dijo al rinoceronte que lo lavara, y cuando la piscina volvió a estar en calma, le dijo que mirara en el agua y viera lo blanco que estaba ese punto. Era difícil de ver en la penumbra de la selva, pero, efectivamente, el punto brillaba con un blanco perlado, como nuevo. El rinoceronte estaba tan encantado que cogió el cepillo de dientes y empezó a frotar violentamente, olvidándose por completo de mi padre.

Justo entonces mi padre oyó pasos de cascos y saltó detrás del rinoceronte. Era el jabalí que volvía del gran claro donde los tigres mascaban chicle.  El jabalí miró al rinoceronte, y al cepillo de dientes, y al tubo de paste; y luego se rascó la oreja en un árbol. 

—Dime, rinoceronte —dijo—, ¿de dónde has sacado ese lindo tubo de pasta de dientes y ese cepillo?

—¡Muy ocupado! —dijo el rinoceronte, y siguió cepillando tan fuerte como pudo.

El jabalí olfateó enfadado y trotó por el sendero hacia el dragón, murmurando para sí:

—Muy sospechoso; los tigres muy ocupados mascando chicle, el rinoceronte muy ocupado cepillando su colmillo; hay que encontrar esa invasión. No me gusta nada, ¡ni un poco! Esta molestando terriblemente a todo el mundo; me pregunto qué está haciendo aquí, de cualquier manera.


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