El dragón de mi padre: Mi padre hace un puente (9/10)

Mi padre caminaba de un lado a otro de la orilla intentando encontrar alguna forma de cruzar el río. Encontró un mástil alto con una cuerda que cruzaba hasta el otro lado. La cuerda pasaba por un lazo en la parte superior del mástil, bajaba por él y rodeaba una gran palanca. Una señal en la palanca decía:

PARA LLAMAR AL DRAGÓN, TIRA DE LA PALANCA
DENUNCIE ALTERACIÓN DEL ORDEN PÚBLICO
AL GORILA

Por lo que el gato le había contado a mi padre, sabía que el otro extremo de la cuerda estaba atado al cuello del dragón, y sintió más pena que nunca por él. Si estuviera en este lado, el gorila le retorcería las alas hasta que le doliera tanto que tendría que volar al otro lado. Si estuviera en el otro lado, el gorila tensaría la cuerda hasta que el dragón muriera asfixiado o volara de vuelta a este lado. ¡Que vida para un dragón bebé!

Mi padre sabía que, si llamaba al dragón para que cruzara el río, el gorila seguramente lo oiría, así que pensó en trepar por el poste y cruzar con la cuerda. El poste era muy alto, y aunque pudiera llegar arriba sin ser visto, tendría que cruzarlo todo de mano en mano. El río era muy fangoso, y en él podrían vivir todo tipo cosas poco amistosas, pero a mi padre no se le ocurría otra forma de cruzarlo. Estaba a punto de empezar a trepar el poste, cuando, a pesar de todo el ruido que hacían los monos, oyó un fuerte chapoteo a sus espaldas. Miró a su alrededor en el agua, pero ya había anochecido y no pudo ver nada.

—Soy yo, el cocodrilo —dijo una voz a la izquierda —. El agua está preciosa y tengo antojo de algo dulce. ¿No quieres entrar a nadar?

Una luna pálida salió de detrás de las nubes, y mi padre pudo ver de dónde venía la voz. La cabeza del cocodrilo apenas asomaba fuera del agua.

—Oh, no, gracias —dijo mi padre—. Nunca nado después del atardecer, pero tengo algo dulce para ofrecerte. ¿Quizás te apetece una paleta, y quizás tengas amigos a los que también les gusten las paletas?

—¡Paletas! —dijo el cocodrilo— ¡Vaya, que delicia! ¿Qué les parece, chicos?

Todo un coro de voces gritó:

—¡Viva! ¡Paletas! —y mi padre contó unos diecisiete cocodrilos con las cabezas asomando fuera del agua.

—Está bien —dijo mi padre mientras sacaba las dos docenas de paletas y las gomas elásticas—. Pondré una aquí, en la orilla. Las paletas duran más si las mantienen fuera del agua, ¿saben? Ahora, uno de ustedes puede quedarse con ésta.

El cocodrilo que había hablado primero se acercó nadando y la probó.

—Delicioso, muy delicioso —dijo.

—Ahora, si no te importa —dijo mi padre— caminaré a lo largo de tu espalda y sujetaré otra paleta a la punta de tu cola con una goma elástica. No te importa, ¿verdad?

—No, en absoluto —dijo el cocodrilo.

—¿Puedes sacar un poco la cola del agua? —preguntó mi padre.

—Si, claro —dijo el cocodrilo, y levantó la cola. Entonces mi padre corrió a lo largo de su lomo y sujetó otra paleta con una goma elástica.

—¿Quién sigue? —dijo mi padre, y un segundo cocodrilo se acercó nadando y empezó a chupar aquella paleta.

—Ahora, caballeros, ahorrarán mucho tiempo si se ponen en fila cruzando el río —dijo mi padre —, y yo iré dándoles una paleta a cada uno.

Entonces los cocodrilos se alinearon a través del río con sus colas en el aire, esperando que mi padre les colocara el resto de las paletas. La cola del decimoséptimo cocodrilo llegaba justo a la otra orilla.


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