Nico y el ogro

Érase una vez en las orillas de un ancho y profundo río, un ogro que se comía todos los peces del río, sin dejar nunca que la gente que vivía en el pueblo se acercara al río a pescar.

Y esto no era todo lo que hacía el ogro. Hacía tanto ruido cuando dormía que todos los niños se asustaban y no podían dormir por la noche, y el pueblo decidió por fin que había que hacer algo.

Un día, un joven llamado Nico dijo que iría a ver a una vieja bruja que vivía en el bosque a preguntarle qué se podía hacer.

Así que el joven acudió a esta bruja.

—Solo hay una manera de librarse del ogro —dijo la bruja a Nico—, y ese secreto solo lo conoce una sirena, que todas las noches sube a la superficie y le canta al ogro.

Por supuesto, el ogro vería a Nico si se acercara a ver a la sirena cuando estaba cantando, así que decidió hacerse un traje verde y plateado que le hiciera parecer un enorme pez y sumergirse en el río, esperando así encontrar la casa de la sirena y conocer el secreto que ella sabía.

Una noche, después de que la sirena terminara su canto al ogro, Nico se escabulló de detrás de una roca donde estaba escondido, se vistió con su traje verde y plateado, y nadó hasta el lugar donde había visto a la sirena sumergirse.

Bajó y bajó, y justo antes de llegar al fondo del río la sirena se volteó y lo vio.

Nunca había visto un pez tan grande y hermoso antes, y la plata relucía y brillaba tanto a la luz de la luna que la sirena se llenó de envidia.

—¡Oh, hermoso pez, dime de dónde has sacado ese abrigo tan brillante! Necesito un vestido igual —dijo, nadando junto a Nico.

—Te lo diré de buena gana, hermosa sirena, y te traeré un vestido maravillosamente brillante —dijo Nico—, si me dices cómo la gente que vive en el pueblo del río puede librarse del ogro al que le cantas todas las noches.

Al oír esto, la sirena ya no sonreía; su rostro parecía triste e infeliz.

—Eso nunca podrá hacerse; pues la manera de librarse del ogro está más allá de mi poder, aunque conozco el secreto —contestó la sirena—; pero tú no puedes ayudarme.

—Bueno, si no puedo ayudarte, al menos dime cómo podría conseguirse que la gente del río se librara de sus problemas. 

—Un mortal debe venir a este río y vivir aquí —dijo la sirena—. Y debe casarse conmigo. Ahora ves lo imposible que es para cualquiera conocer el resto del secreto, pues ¿quién se casaría con una sirena y viviría en el fondo del río?

Nico se había enamorado a primera vista de la sirena, y cuando oyó esto dijo:

—Muéstrame tu hogar, bonita sirena. Quizás pueda ayudarte, aunque sólo sea un pez.

La sirena llevó a Nico hasta lo más profundo del río, y cuando estuvieron en la arena blanca ante su casa de cristal, Nico dijo:

—¡Sirena, te amo! ¡Contempla a tu amante mortal! ¿Quieres ser mi esposa?

Mientras halaba se quitaba el traje verde y plateado que llevaba, y allí estaba el mortal que había venido a cortejarla.

La preciosa sirenita se sonrojó y bajó la cabeza.

—No lo sabía. Nunca hubiera imaginado que eras un mortal —murmuró.

—Por supuesto que no —dijo Nico, casi olvidando por qué estaba allí; estaba muy enamorado de la bonita criatura—. ¿Dónde puedo encontrar a tu padre? —preguntó.

La sirenita dio una palmada y de debajo de una roca salieron muchos pececitos plateados, nadando a su alrededor.

—Naden rápido y digan a los delfines que encuentren al Padre Neptuno —dijo la sirena.

Pronto el agua empezó a revolverse y dar vueltas, y Nico vio nadar hacia ellos dos caballitos de mar que arrastraban un carro en el que iba un hombre que llevaba en la mano un curioso y gran tenedor de tres puntas.

—Él es Padre Neptuno —dijo la sirena—. Pídele mi mano, si así lo deseas.

—Bueno, joven mortal, ¿qué deseas aquí en el fondo de mi río? —preguntó el Padre Neptuno.

Al principio Nico no sabía que decir, pues el Padre Neptuno era muy grande y de aspecto severo; pero cuando vio que la sirenita nadaba hacia él y apoyaba la cabeza en su hombro, tomó coraje y habló.

—Deseo casarme con su hija —dijo—, y vivir en el fondo del río.

Padre Neptuno sonrió.

—El hechizo se ha roto para ti, querida —le dijo a la sirenita—, y estoy contento. Te habría ayudado antes si hubiera podido, pero no estaba en mis manos.

—Es tuya, joven mortal —dijo Neptuno—. Los declaro marido y mujer. Y ahora vamos a ver qué se puede hacer para deshacerse de ese horrible ogro a la orilla del río. Me ha molestado tanto que me alegraré cuando se haya ido.

—Ahora que estamos casados —dijo la sirena a Nico—, puedo decirte que no soy una sirena, sino la hija de un rey que se transformó en sirena para cantar para el ogro, porque mi padre no invitó una noche al temible ogro a una fiesta en su palacio.

—El ogro me lanzó un hechizo que sólo podía romperse cuando un mortal llegara al fondo del río y me pidiera que me casara con él, cosa que el ogro pensó que nunca ocurriría.

—Ahora es mi turno de hacer que el ogro cambien de forma, y si Padre Neptuno acepta, le pediré a la vieja bruja del bosque que lo transforme en una gran roca en el medio del río.

—Muy bien, querida —dijo Padre Neptuno—, una gran roca será un agregado a mi río, y cuando venga aquí a descansar, mis caballitos de mar tendrán lugar donde jugar y mis delfines un sitio donde sentarse.

—Adiós, Padre Neptuno —dijo la sirena—. No volveré a llevar esta forma después de esta noche, pues cuando toque tierra firme, volveré a ser mortal.

—Los llevaré a la orilla —dijo Padre Neptuno—; suban. 

Los caballitos de mar tardaron sólo un minuto en subir a la superficie, y otro más en llegar a la orilla del río, cerca del bosque.

Nico saltó y cargó a la sirenita hasta el suelo, que ni bien lo tocó, se transformó en una hermosa jovencita parada sobre dos delicados pies.

Cuando miró alrededor, Padre Neptuno había desaparecido y la princesa (pues así debemos llamarla ahora) dijo:

—Debemos apresurarnos a avisar a la bruja y decirle antes del atardecer, o el ogro tendrá otro día para molestar a la gente del pueblo del río.

Cuando la vieja bruja vio a la princesa, comenzó a reír.

—Ja, ja, ja —dijo —. Ahora el ogro estará bajo mi poder. Déjenmelo a mí, querida. Lo transformaré en cualquier cosa que tú desees.

La princesa le dijo que quería que lo transformara en una enorme roca en el medio del río.

—Acompáñenme, queridos; verán cómo se hace —dijo la vieja bruja, dando palmas mientras hablaba.

Desde detrás de la cueva saltó una gran escoba, y la bruja, la princesa y Nico saltaron sobre ella, y volaron hacia el lugar donde el ogro estaba sentado pescando junto al río.

Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para que la vieja bruja pudiera tocarlo con su bastón torcido, se inclinó hacia él, le dio un golpecito en la cabeza y dijo:

—En medio del río, para morar allí para siempre, una roca serás, para que todos la vean.

Se oyó un trueno que sacudió los bosques alrededor y, a continuación, un fuerte chapuzón.

Cuando se disipó la bruma de las salpicaduras, Nico y la princesa vieron una enorme roca negra en medio del río, y lo siguiente que supieron es que estaban volando por los aires con la vieja bruja de nuevo.

—Aquí está tu hogar, princesa —dijo la bruja finalmente—. Estarán esperándolos a ti y a tu esposo, pues envié la noticia de que habías sido rescatada, y se está preparando un banquete en honor a su matrimonio.

Antes de que Nico o su novia pudieran agradecer a la bruja, ella ya estaba volando por encima de sus cabezas.

El rey y la reina se alegraron mucho de tener a su hija de regreso y dieron a Nico tal bienvenida que se olvidó por completo de su hogar junto al río y nunca volvió.

Pero esto no importaba, ya que era huérfano, pero nadie pensó en él como la causa de la desaparición del ogro. Los habitantes del pueblo del río sabían que el ogro había desaparecido, y no les importaba quién lo había hecho.

Nico y la princesa vivieron felices por siempre, y un día se convirtieron en el rey y la reina del reino donde vivían.


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