El maravilloso mago de Oz: Cómo despegó el globo (17/24)

Dorothy no supo nada de Oz durante tres días. Fueron días tristes para la niña, aunque todos sus amigos estaban contentos y felices. El Espantapájaros les dijo que había pensamientos maravillosos en su cabeza; pero no quiso decir cuáles eran porque sabía que nadie los entendería salvo él. Cuando el Leñador de Hojalata caminaba, sentía que su corazón latía en su pecho; y le dijo a Dorothy que había descubierto que era un corazón más bondadoso y tierno que el que tenía cuando era de carne y hueso. El León dijo que no le temía a nada en la tierra, y que con gusto se enfrentaría a un ejército o a una docena de feroces Kalidahs.

Así, todos quedaron satisfechos excepto Dorothy, que deseaba más que nada regresar a Kansas.

Al cuarto día, para su gran alegría, Oz la mandó llamar, y cuando entró al Salón del Trono la saludó alegremente:

—Toma asiento, querida; creo que encontré la manera de llevarte de regreso a tu tierra.

—¿De regreso a Kansas? —preguntó con impaciencia.

—Bueno, no estoy tan seguro sobre Kansas —dijo Oz—, porque no tengo idea de en qué dirección se encuentra. Pero lo primero que hay que hacer es cruzar el desierto, luego debería ser fácil encontrar el camino a casa.

—¿Cómo podré cruzar el desierto? —preguntó. 

—Bueno, te diré lo que pensé —dijo el hombrecito—. Verás, yo llegué a estas tierras en globo. Tú también llegaste por el aire, arrastrada por un ciclón. Entonces, creo que la mejor manera de cruzar el desierto sería por el aire. Ahora bien, está fuera de mi alcance crear un ciclón; pero he estado pensando y creo que puedo hacer un globo.

—¿Cómo? —preguntó Dorothy

—Un globo —dijo Oz—, está hecho de seda, cubierto con pegamento para mantener el gas en su interior. Tengo mucha seda en el Palacio, así que no será ningún problema hacer el globo. Pero en todas estas tierras no hay gas para llenar el globo y hacerlo flotar.

—Si no flota —dijo Dorothy—, no servirá para nada.

—Eso es cierto —contestó Oz—, pero hay otra manera de hacerlo flotar: llenarlo con aire caliente. El aire caliente no es tan bueno como el gas, porque si el aire se enfría, el globo descenderá al desierto y estaremos perdidos.

—¡Estaremos! —exclamó la niña—. ¿Vendrás conmigo?

—Sí, por supuesto —contestó Oz—. Estoy cansado de ser un farsante. Si saliera de este Palacio, mi gente descubriría pronto que no soy un Mago y se enfadarían conmigo por haberlos engañado. Así que debo permanecer encerrado en silencio en estas habitaciones todo el día, y se pone pesado. Prefiero regresar a Kansas contigo y estar en un circo otra vez.

—Me alegrará tener tu compañía —dijo Dorothy.

—Gracias —contestó—. Ahora, si me ayudas a coser la seda, empezaremos a trabajar en nuestro globo.

Entonces Dorothy tomó una aguja e hilo, y tan pronto como Oz cortó los pedazos de seda con la forma correcta, la niña los cosió prolijamente. Primero había una tira de seda verde claro, luego una verde oscuro y después una verde esmeralda; a Oz se le antojó hacer el globo en diferentes tonos de los colores que lo rodeaban. Les tomó tres días coser todas las tiras, pero cuando terminaron, tenían un gran saco de seda verde de más de veinte pies de largo.

Luego Oz lo pintó por dentro con una capa fina de pegamento, para hacerlo hermético, y luego anunció que el globo estaba listo.

—Pero necesitamos una canasta para conducirlo —dijo. Entonces envió al soldado con bigotes verdes a por una gran cesta de ropa, que sujetó con muchas cuerdas a la parte inferior del globo.

Cuando estuvo realmente listo, Oz avisó a su pueblo que iría a visitar a un gran hermano Mago que vivía en las nubes. Las noticias corrieron rápidamente por toda la ciudad y todos se acercaron a ver el maravilloso espectáculo.

Oz ordenó sacar el globo delante del Palacio, y la gente lo contempló con curiosidad. El Leñador de Hojalata había hachado una gran pila de madera y encendió un gran fuego con ella. Oz sostuvo la parte inferior del globo sobre el fuego para que el aire caliente quedara atrapado en la bolsa de seda. Poco a poco, el globo se fue inflando y se elevó en el aire, hasta que finalmente la cesta apenas tocaba el suelo.

Luego, Oz se metió en el canasto y gritó a la gente:

—Ahora me iré a hacer una visita. Mientras no esté, el Espantapájaros los gobernará. Les ordeno que lo obedezcan como a mí.

El globo tiraba con fuerza de la cuerda que lo sujetaba al suelo, porque el aire en su interior estaba caliente, lo que lo hacía mucho más liviano que el aire exterior, y tiraba con fuerza para elevarse hacia el cielo.

—¡Ven, Dorothy! —gritó el Mago—. De prisa, o el globo se irá volando. 

—No encuentro a Toto por ningún lado —contestó Dorothy, que no quería dejar atrás a su perro. Toto se había ido corriendo a la multitud a ladrarle a un gato, y finalmente Dorothy lo encontró. Lo levantó y corrió hacia el globo. 

Estaba a pocos pasos de la canasta, y Oz le tendía las manos para ayudarla a subir, cuando, ¡crac! Se rompieron las cuerdas y el globo se elevó en el aire sin ella. 

—¡Regresa! —gritó—. ¡Yo también quiero ir!

—No puedo regresar, querida —contestó Oz desde la canasta—. ¡Adiós!

—¡Adiós! —gritaron todos, y todas las miradas se dirigieron arriba, donde el Mago conducía el canasto, elevándose más y más hacia el cielo a cada momento.

Esa fue la ultima vez que vieron a Oz, el Maravilloso Mago, aunque por lo que sabemos puede que haya llegado a Omaha sano y salvo y esté allí ahora. Pero la gente lo recordaba con cariño, y se decían entre ellos:

—Oz siempre fue nuestro amigo. Cuando estuvo aquí construyó para nosotros esta hermosa Ciudad Esmeralda, y ahora que se ha ido, ha dejado al Sabio Espantapájaros para que nos gobierne.

Aun así, durante muchos días lloraron la pérdida del Maravilloso Mago con desconsuelo.


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