El dragón de mi padre: Mi padre conoce a un león (7/10)

Mi padre se despidió del rinoceronte, que estaba demasiado ocupado para notarlo, bebió un poco más en el arroyo y regresó al sendero. No había ido muy lejos cuando oyó rugir a un animal furioso:

—¡Maldición! Ayer te dije que no fueras a recoger moras. ¿No aprenderás nunca? ¿Qué dirá tu madre?

Mi padre avanzó sigilosamente y se asomó a un pequeño claro que había justo delante. Un león se paseaba arañándose la melena, que estaba toda enredada y llena de ramitas de zarzamora. Cuando más se arañaba, peor se ponía y más se enfurecía, y más se gritaba a sí mismo. Porque era a sí mismo a quien gritaba todo el tiempo.

Mi padre pudo ver que el sendero atravesaba el claro, así que decidió arrastrarse por el borde de la maleza y no molestar al león.

Se arrastró y se arrastró, y los gritos eran cada vez más fuertes. Justo cuando estaba a punto de llegar al sendero del otro lado, los gritos se detuvieron de repente. Mi padre miró alrededor y vio al león mirándolo fijamente. El león cargó y se detuvo a pocos centímetros de él.

—¿Quién eres? —gritó el león a mi padre.

—Mi nombre es Elmer Elevator.

—¿A dónde crees que vas?

—Me voy a casa —dijo mi padre.

—¡Eso es lo que crees! —dijo el león—. Normalmente te reservaría para la merienda, pero resulta que estoy lo bastante alterado y hambriento como para comerte ahora mismo. 

Y cogió a mi padre con sus patas delanteras para sentir lo gordo que estaba.

Mi padre dijo:

—Oh, por favor, león, antes de comerme, cuéntame porqué estás hoy tan particularmente disgustado.

—Es mi melena —dijo el león, mientras calculaba cuándos mordiscos le daría al muchacho—. Ya ves qué desastre, y parece que no puedo hacer nada. Mi madre viene esta tarde en el dragón, y si me ve así, temo que deje de mantenerme. ¡No soporta las melenas desordenadas! Pero ahora te voy a comer, así que te dará igual.

—Oh, espera un momento —dijo mi padre—, y te daré justo las cosas que necesitas para que tu melena quede ordenada y hermosa. Las tengo aquí en mi mochila.

—¿Sí? —dijo el león—. Bueno, dámelas, y tal vez te guarde para el té de la tarde después de todo —y puso a mi padre en el suelo. 

Mi padre abrió su mochila y sacó el peine y el cepillo y las siete cintas para el pelo de distintos colores. 

—Mira —dijo— te voy a enseñar lo que hay que hacer en el copete, donde puedas mirarme. Primero te cepillas un rato, y luego te peinas; luego te vuelves a cepillar hasta que desaparezcan todas las ramitas y los enredos. Luego lo divides en tres y lo trenzas así y atas una cinta en el extremo.

Mientras mi padre hacía esto, el león observaba con mucha atención y empezó a parecer mucho más feliz. Cuando mi padre ató la cinta era todo sonrisas.

—¡Oh, es maravilloso, realmente maravilloso! —dijo el león—. Dame el peine y el cepillo a ver si puedo hacerlo. 

Así que mi padre le dio el peine y el cepillo, y el león empezó a acicalarse la melena. De hecho, estaba tan ocupado que ni siquiera se enteró de que mi padre se había ido.


Downloads