El niño y su perro

Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de verdes praderas, un niño llamado Jorge y su fiel perro Roberto. Todas las tardes de verano, cuando el sol comenzaba a esconderse, pintando el cielo de tonos naranjas y rosados, Jorge y Roberto emprendían una importante misión: encontrar sus vacas y llevarlas sanas y salvas a casa.

El prado donde pastaban las vacas cada día era inmenso y vibrante, cubierto de hierba dulce y fina que se extendía hasta donde los alcanzaban a ver los ojos. Un suave arroyo atravesaba el prado, ofreciendo a las vacas agua fresca para beber. Después de saciar su sed, las vacas solían tumbarse entre las coloridas flores que crecían a orillas del agua.

Cuando el sol alcanzaba su punto más alto en el cielo, las vacas buscaban refugio bajo las frondosas ramas de los árboles que salpicaban el prado. Allí descansaban y disfrutaban la sombra, lejos del calor abrasador. Eran verdaderamente un rebaño muy feliz.

Algunas noches, Jorge se encontraba exhausto después de buscar a las vacas, solo para descubrirlas descansando entre los altos robles, a una distancia considerable de la cabaña. En momentos así, llamaba a su fiel compañero, Roberto, para que lo ayudara a reunir a las vacas.

Roberto, siempre dispuesto a ayudar, se alejaba de Jorge y localizaba rápidamente a las vacas. Con suavidad y destreza, las sacaba de su lugar de descanso y las llevaba de vuelta a la cabaña, asegurándose que no se detuvieran ni se desviaran de su camino hasta que estuvieran a salvo junto a la puerta de la cabaña. 

Roberto no sólo era útil cuando se trataba de arrear vacas; también era un amigo fiel y cariñoso para Jorge. Tenían un vínculo fuerte, y no es de extrañar que Jorge tratara a Roberto con gran amabilidad y cariño.

Jorge y Roberto pasaban sus días juntos cuidando de las vacas y disfrutando de la belleza de su paraíso pastoral. Su amistad y su trabajo en equipo eran testimonio del poder de la lealtad y del vínculo inquebrantable entre un niño y su perro.


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