Alicia en el país de las maravillas: Una loca fiesta de té (7/12)

Había una mesa puesta a la sombra de los árboles frente a la casa, y la liebre de marzo y el sombrerero estaban tomando el té; un lirón estaba sentado entre ellos, pero parecía haberse dormido. La mesa era larga, pero los tres estaban amontonados en una esquina.

—¡No hay sitio, no hay sitio! —gritaron en cuanto vieron a Alicia.

—Hay sitio de sobra —dijo Alicia, y se sentó en un gran sillón en un extremo de la mesa.

—Toma un poco de vino —dijo la liebre de marzo en tono amable.

Alicia miró alrededor de la mesa, pero sólo había té.

—No veo el vino —dijo.

—No hay —dijo la liebre de marzo.

—Entonces no has sido cortés al ofrecerme vino —dijo Alicia.

—No fue educado de tu parte tomar asiento cuando nadie te había pedido que lo hagas —dijo la liebre de marzo.

—No sabía que era tu mesa —dijo Alicia—; está puesta para más de tres.

—quieres que te corte el pelo —dijo el sombrerero. Había mirado fijo a Alicia durante algún tiempo, y éstas fueron sus primeras palabras.

—Deberías aprender a no hablarle así a un invitado —dijo Alicia—, es de muy mala educación.

El sombrerero abrió mucho los ojos ante esto; pero todo lo que dijo fue:

—¿Por qué un cuervo es como un escritorio?

—Vaya, ahora nos divertiremos —pensó Alicia—. Creo poder adivinar eso —agregó en voz alta.

—¿Quieres decir que crees que puedes encontrar la respuesta? —preguntó la liebre de marzo.

—Si —respondió Alicia.

—Entonces deberías decir lo que piensas —continuó la liebre de marzo.

—Si —dijo Alicia—; al menos pienso lo que digo, que es lo mismo, ¿sabes?

—¡No es ni un poco lo mismo! —dijo el sombrerero—. Porque no es lo mismo decir ‘veo lo que como’ que ‘como lo que veo’.

—También se podría decir —agregó la liebre de marzo—, que decir ‘me gusta lo que recibo’ entonces es lo mismo que ‘recibo lo que me gusta’.

—Es lo mismo que decir —agregó el lirón, que parecía hablar en sueños—, que ‘respiro cuando duermo’ es lo mismo que ‘duermo cuando respiro’.

—Para ti es lo mismo —dijo el sombrerero.

Nadie habló durante algún tiempo, mientras Alicia trataba de pensar en todo lo que sabía de cuervos y escritorios, que no era mucho.

El sombrerero fue el primero en hablar:

—¿Qué día del mes es? —dijo, volviéndose hacia Alicia. Tenía el reloj en la mano, lo miraba y lo agitaba de vez en cuando mientras se lo llevaba a la oreja.

Alicia pensó un rato y dijo:

—El cuatro.

—¡Dos días equivocada! —suspiró el sombrerero—. Te dije que la mantequilla no le sentaría bien a este reloj —añadió con el ceño fruncido mientras miraba a la liebre de marzo.

—Era la mejor mantequilla —dijo la liebre de marzo.

—Si, pero debieron entrar algunas migajas —gruñó el sombrerero—. No debiste meterla con el cuchillo de cortar pan.

La liebre de marzo tomó el reloj y lo miró; luego lo mojó en su taza de té y lo miró de vuelta; pero lo único que se le ocurrió decir fue:

—Era la mejor mantequilla, lo sabes.

—¡Que reloj más extraño! —dijo Alicia—. ¡Dice el día del mes y no dice qué hora es!

—¿Por qué debería? —gruñó el sombrerero.

—¿Tu reloj dice qué año es? 

—Por supuesto que no —dijo Alicia—, pero no hay necesidad de que lo haga, ya que el mismo año permanece mucho tiempo.

—Que es justo el caso del mío —dijo el sombrerero; lo que a Alicia le pareció que no tenía ningún sentido.

—No sé muy bien a qué te refieres —dijo.

—El lirón se ha dormido una vez más —dijo el sombrerero, y le sirvió un poco de té caliente en la punta de la nariz.

El lirón sacudió la cabeza y, con los ojos aún cerrados, dijo:

—Por supuesto, por supuesto; justo lo que yo quería decir.

—¿Ya has adivinado el acertijo? —preguntó el sombrerero, volviéndose a Alicia.

—No, me rindo —dijo—. ¿Cuál es la respuesta?

—No lo sé en absoluto —dijo el sombrerero.

—Yo tampoco —dijo la liebre de marzo.

Alicia suspiró.

—Creo que podrías hacer algo mejor con el tiempo que desperdiciarlo planteando acertijos que no tienen respuestas.

—Si conocieras el tiempo tan bien como yo, no dirías “desperdiciarlo”. Es él.

—No sé a qué te refieres —dijo Alicia.

—¡Claro que no lo sabes! —dijo el sombrerero moviendo la cabeza—. Me atrevería a decir que ni siquiera has hablado con el tiempo.

—Tal vez no —dijo—, pero sé que tengo que golpear para marcar el tiempo cuando aprendo a cantar.

—¡Oh, eso es! —dijo el sombrerero—. No soportará los golpes. Ahora, si te mantuvieras en buenos términos con él, él haría lo que quisieras con el reloj. Digamos que son las nueve, hora de ir a la escuela; sólo tienes que darle una pista a la hora, ¡y el reloj da vueltas! La una y media, hora de comer.

—Ojalá fuera así —se dijo la liebre de marzo.

—Eso sería estupendo, estoy segura —dijo Alicia—; pero entonces no tendría hambre.

—No al principio, quizás, pero podrías mantenerlo a la una y media todo el tiempo que quisieras —dijo el sombrerero.

—¿Así es como lo haces? —preguntó Alicia.

El sombrerero sacudió la cabeza y suspiró:

—Yo no —dijo—. El tiempo y yo nos peleamos el último marzo. Fue en el gran concierto de la reina de corazones, y tuve que cantar:

“Ballenita, ¿dónde estás?

Quisiera verte nadar”

—¿Quizás conoces la canción?

—He oído algo parecido —dijo Alicia.

—Continúa así: —dijo el sombrerero.

“En el cielo sobre el mar,

Un tomate de verdad.

Ballenita…”

Aquí el lirón se sacudía y cantaba dormido:

—Ballenita, ballenita…

Y siguió tanto tiempo que tuvieron que pellizcarlo para que parara.

—Bueno, mientras cantaba el primer verso —continuó el sombrerero—, la reina gritó: ‘¡Miren como mata el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!’. Y desde entonces no hace nada de lo que le pido. Ahora siempre son las seis.

Un pensamiento brillante vino a la cabeza de Alicia.

—¿Por eso se ponen tantas cosas de té aquí? —preguntó.

—Si, por eso —dijo el sombrerero son un suspiro—, siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar las cosas.

—Entonces siguen dando vueltas, supongo —dijo Alicia.

—Así es —dijo el sombrerero—; a medida que las cosas se van gastando.

—Pero cuando llegan al lugar donde empezaron, ¿qué hacen entonces? —se atrevió a preguntar Alicia.

—Estoy cansado de esto —bostezó la liebre de marzo—. Voto por que nos cuentes un cuento.

—Me temo que no sé ninguno —dijo Alicia.

—Quiero una taza limpia —dijo el sombrerero.

El sombrerero avanzó mientras hablaba, y el lirón ocupó su lugar; la liebre de marzo ocupó el lugar del lirón y Alicia, no muy contenta, tomó el lugar de la liebre de marzo. El sombrerero fue el único que sacó provecho del cambio; y Alicia quedó mucho peor, porque la liebre de marzo había volcado la leche en el plato.

—Ahora, tu historia —le dijo la liebre de marzo a Alicia.

—Estoy segura de que no sé —comenzó Alicia—, no creo…

—Entonces no deberías hablar —dijo el sombrerero.

Esto era más de lo que Alicia podía soportar; así que se levantó y se marchó, y aunque miró hacia atrás una o dos veces, y medio esperaba que la llamaran, no parecían saber que se había ido. La última vez que los vio, estaban intentando meter al pobre lirón en la tetera.

—Bueno, no volveré allí —dijo Alicia mientras se abría paso a través del bosque—. Es el salón de té más aburrido en el que he estado en toda mi vida.

Mientras Alicia decía esto, vio que uno de los árboles tenía una puerta que daba directamente a su interior.

—¡Que extraño! —pensó—; pero hoy no he visto nada que no sea extraño. Creo que será mejor que entre.

Y entró.

Una vez más se encontró en un largo vestíbulo, cerca del pequeño mostrador de cristal. Tomó la llavecita y abrió la puerta que daba al jardín. A continuación, se puso manos a la obra para comer algunas de las setas que aún llevaba consigo. Cuando medía unos treinta centímetros, atravesó la puerta y recorrió el pequeño vestíbulo; entonces se encontró, por fin, en el hermoso jardín donde había visto las brillantes flores y las frescas fuentes.


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