Se despertĆ³ Ć” causa de un sonoro ronquido.
IncorporĆ”ndose en el lecho tratĆ³ de recoger sus ideas. No hubo precision de advertirle que el reloj iba Ć” dar la una. ConociĆ³ por sĆ mismo que recobraba el conocimiento, en el instante crĆtico de trabar relaciones con el segundo espĆritu que debia acudirle por intervencion de Jacobo Marley. PareciĆ©ndole muy desagradable el escalofrĆo que experimentaba por adivinar hĆ”cia quĆ© lado le descorreria las cortinas el nuevo espectro, las descorriĆ³ Ć©l mismo, y reclinando la cabeza sobre las almohadas, se puso ojo avizor, porque deseaba afrontar denodadamente al espĆritu asĆ que se le apreciese, y no ser sorprendido ni que le embargase una emocion demasiado viva.
Hay personas de espĆritu despreocupado, hechas Ć” no dudar de nada; que se rien de toda clase de impresiones; que se consideran en todos los momentos Ć” la altura de las circunstancias; que hablan de su inquebrantable valor enfrente de las aventuras mĆ”s imprevistas y se declaran preparados Ć” todo, desde jugar Ć” cara Ć³ cruz hasta comprometerse en un lance de honor (creo que apellidan de esta manera al suicidio). Entre estos dos extremos, aunque separados, Ć” no dudarlo, por anchuroso espacio, existen infinidad de variedades. Sin que Scrooge fuera un maton como los que acabo de indicar, no puedo menos de rogaros que veais en Ć©l Ć” una persona que estaba muy resuelta Ć” desafiar un ilimitado nĆŗmero de extraƱas y fantĆ”sticas apariciones, y Ć” no admirarse absolutamente de nada, ya se tratase de un inofensivo niƱo en su cuna, ya de un rinoceronte.
Pero si estaba preparado para casi todo, no lo estaba en realidad para no esperar nada, y por eso cuando el reloj diĆ³ la una, sin que apareciese ningun espĆritu, se apoderĆ³ de Ć©l un escalofrĆo violento y se puso Ć” temblar con todo su cuerpo. Transcurrieron cinco minutos, diez minutos, un cuarto de hora y nada se veia. Durante aquel tiempo permaneciĆ³ tendido en la cama, sobre la que se reunian, como sobre un punto central, los rayos de una luz rojiza que lo iluminĆ³ completamente al dar la una. Esta luz, por sĆ sola, le producia mĆ”s alarma que una docena de aparecidos, porque no podĆa comprender ni la significaciĆ³n ni la causa, y hasta se figuraba que era vĆctima de una combustion espontĆ”nea, sin el consuelo de saberlo. A lo Ćŗltimo comenzĆ³ Ć” pensar (como vos y yo lo hubiĆ©ramos hecho desde luego, porque la persona que no se encuentra en una situacion difĆcil es quien sabe lo que se deberia hacer y lo que hubiera hecho); Ć” lo Ćŗltimo, digo, comenzĆ³ Ć” pensar que el misterioso foco del fantĆ”stico resplandor podria estar en el aposento inmediato, de donde, Ć” juzgar por el rastro lumĆmico, parecia venir. Esta idea se apoderĆ³ con tanta fuerza de Scrooge, que se levantĆ³ sobre la marcha, y poniĆ©ndose las zapatillas fuĆ© suavemente hĆ”cia la puerta.
En el momento en que ponia la mano sobre el picaporte, una voz extraƱa lo llamĆ³ por su nombre y le excitĆ³ Ć” que entrase. ObedeciĆ³.
Aquel era efectivamente su salon, no habia duda, pero transformado de una manera admirable. Las paredes y el techo estaban magnĆficamente decorados de verde follaje: aquello parecia un verdadero bosque, lleno en su fronda de bayas relucientes y camesĆes. Las lustrosas hojas del acebo y de la hiedra reflejaban la luz como si fueran espejillos. En la chimenea brillaba un bien nutrido fuego, como no lo habia conocido nunca en la Ć©poca de Marley y en la de Scrooge. Amontonados sobre el suelo y formando como una especie de trono, habia pavos, gansos, caza menor de toda clase, carnes frias, cochinillos de leche, jamones, varas de longaniza, pasteles de picadillo, de pasas, barriles de ostras, castaƱas asadas, carmĆneas manzanas, jugosas naranjas, suculentas peras, tortas de reyes y tazas de humeante ponche que oscurecia con sus deliciosas emanaciones la atmĆ³sfera del salon. Un gigante, de festivo aspecto, de simpĆ”tica presencia, estaba echado con la mayor comodidad en aquella cama, teniendo en la mano una antorcha encendida, muy semejante al cuerno de la abundancia: la elevĆ³ por encima de su cabeza, Ć” fin que alumbrase bien Ć” Scrooge cuando Ć©ste entrabriĆ³ la puerta para ver aquello.
āAdelante, gritĆ³ el fantasma; adelante. No tengais miedo de trabar relaciones conmigo.
Scrooge entrĆ³ tĆmidamente haciendo una reverencia al espĆritu. Ya no era el ceƱudo Scrooge de antaƱo, y aunque las miradas del fantasma expresaban un carĆ”cter benĆ©volo, bajĆ³ ante las de Ć©ste las suyas.
āSoy el espĆritu de la presente Navidad, dijo el fantasma. Miradme bien.
Scrooge obedeciĆ³ respetuosamente. El espectro vestĆa una sencilla tĆŗnica de color verde oscuro, orlada de una piel blanca. La llevaba tan descuidadamente puesta, que su ancho pecho aparecia al descubierto como si despreciase revestirse de ningun artificio. Los piĆ©s, que se veian por bajo de los anchos pliegues de la tĆŗnica, estaban igualmente desnudos. CeƱia Ć” la cabeza una corona de hojas de acebo sembradas de brillantes carĆ”mbanos. Las largas quedejas de su oscuro cabello pendian libremente; su rostro respiraba franqueza; sus miradas eran expresivas; su mano generosa; su voz alegre, y sus ademanes despojados de toda ficcion. Suspendida del talle llevaba una vaina roƱosa, pero sin espada.
āĀ”No habeis visto cosa que se le parezca! dijo el espĆritu.
āJamĆ”s.
āĀæNo habeis viajado con los individuos mĆ”s jĆ³venes de mi familia; quiero deciros (porque yo soy jĆ³ven) mis hermanos mayores de estos Ćŗltimos aƱos?
āNo lo creo y aun sospecho que no. ĀæTeneis muchos hermanos?
āMĆ”s de mil ochocientos.
āĀ”Familia terriblemente numerosa, gigante!
El espĆritu de la Navidad se levantĆ³.
āConducidme, dijo con sumision Scrooge, adonde querais. He salido anoche contra mi voluntad y he recibido una leccion que comienza Ć” producir sus frutos. Si esta noche teneris alguna cosa que enseƱarme, os prometo que la aprovecharĆ©.
āTocad mi vestido.
Scrooge cumpliĆ³ la Ć³rden y se agarrĆ³ Ć” la tĆŗnica. Inmediatamente se desvaneciĆ³ aquel conjunto de comestibles que en el salon habia. El aposento, la luz rojiza, hasta la misma noche desaparecieron tambien, y los viajeros se encontraron en las calles de la ciudad la maƱana de Navidad, cuando las gentes, bajo la impresion de un frio algo vivo, producian por todas partes una especie de mĆŗsica discordante, raspando la nieve amontonada delante de las casas Ć³ barriĆ©ndola de las canalones, de donde se precipitaba en la calle con inmensa satisfaccion de los niƱos, que creian ver en aquello como avalanchas en pequeƱo.
Las fachadas de los edificios, y aun mĆ”s las ventanas, aparecian doblemente oscuras, por la diferencia que resultaba comparĆ”ndolas con la nieve depositada en los tejados y aun con la de la calle, si bien Ć©sta no conservaba la blancura de aquĆ©lla, pues los carromatos con sus macizas ruedas la habian surcado profundamente: los carriles se extrecruzaban de mil modos millares de veces en la desembocadura de las calles, formando un inestricable laberinto sobre el amarillento y endurecido lodo y sobre el agua congelada. Las calles mĆ”s angostas desaparecian bajo una espesa niebla, la cual caia en forma de aguanieve, mezclada con hollĆn, como si todas las chimeneas de la Gran BretaƱa se hubieran concertado para limpiarse alegremente. Londres, entonces, no tenia nada de agradable, y sin embargo, se echaba de ver por de quiera un aire tal de regocijo, que ni en el dia mĆ”s hermoso, ni bajo el sol mĆ”s deslumbrante del verano se veria otro igual.
Un efecto. Los hombres que se ocupaban de limpiar la nieve de los tejados, parecian gozosos y satisfechos. Se llamaban unos Ɣ otros, y de rato en rato se dirigian, chancƩandose, bolas de nieve (proyectil mƔs inofensivo seguramente que muchos sarcasmos) riƩndose cuando acertaban y aun mƔs cuando no.
Las tiendas de volaterĆa estaban medio abiertas tan sĆ³lo: las de frutas y verduras lucian en todo su esplendor. Por esta parte se ostentaban Ć” cada lado de las puertas, anchurosos y redondos canastos henchidos de soberbias castaƱas, como ostentan sobre su vientre el Ć”mplio chaleco los panzudos y viejos gastrĆ³nomos: aquellos canastos parecian prĆ³ximos Ć” caer, vĆctimas de su apoplĆ©tica corpulencia. En otra parte figuraban las cebollas de EspaƱa, rojas, de subido color, de abultadas formas, recordando por su gordura los frailes de su patria, y lanzando arrebatadoras miradas Ć” las jĆ³venes que, al pasar por allĆ, se fijaban discretamente en las ramas de hiedra suspendidas de las paredes. MĆ”s allĆ”, en apetitosos montones, peras y manzanas; racimos de uvas que los vendedores habian tenido la delicada atencion de exponer, en lugar visible, para que Ć” los aficionados se les hiciera la boca agua y refrescaran asĆ gratis; pilas de avellanas musgosas y morenas que train Ć” la memoria los paseos en el bosque, donde se hunde uno hasta el tobillo en las hojas secas; biffins de Norfolk gruesos y oscuros, que resaltaban el color de las naranjas y de los limones, recomendables por su aspecto jugoso, para que los compraran Ć” fin de servirlos Ć” los postres.
Los peces de oro y de plata, expuestos en peceras, en medio de aquellos productos escogidos, si bien individuos de una raza triste y apĆ”tica, parecian advertir, aunque peces, que sucedia algo extraordinario, porque giraban por su estrecho recinto con estĆŗpida agitacion.
Ā”Y los ultramarinos! Sus tiendas estaban casi cerradas, excepto un tablero Ć³ dos, pero Ā”quĆ© magnĆficas cosas se podian ver por las aberturas de estos! No era solamente el agradable sonido de las balanzas al caer sobre el mostrador, ni el crujido del bramante entre las hojas de las tijeras que lo separaban del carrete para atar los lios, ni el rechinamiento incesante de las cajas de hoja de lata donde se conserva el thĆ© Ć³ el cafĆ© para servirlo Ć” los parroquianos. Tras, tras, tras, sobre el mostrador: aparecen, desaparecen, se revuelven entre las manos de los dependientes como los cubiletes entre las de un prestidigitador. AllĆ no se debĆa fijar uno especialmente en elaroma del thĆ© y del cafĆ© tan agradables al olfato. Las pasas hermosas y abundantes; las almendras tan blancas; las caƱas de canela tan largas y rectas; las demĆ”s especias tan gustosas; las frutas confitadas y envueltas en azĆŗcar candi, Ć” cuya sola vista los curiosos se chupaban el dedo; los jugosos y gruesos higos; las ciruelas de Toura y de Agen, de suave color rojo y gusto Ć”cido, en sus ricas cestillas; y por Ćŗltimo, todo lo que allĆ habia adornado con su traje de fiesta, llamaba la atencion. Era preciso ver Ć” los afanosos parroquianos realizar los proyectos que habian formado para aquel dia, empujarse, tropezarse violentamente con la banasta de las provisionesm olvidĆ”ndose, Ć” lo mejor, de sus compras, volviendo Ć” buscarlas precipitadamente, cometiendo otras equivocaciones, pero sin perder el buen humor, entranto que el dueƱo de la tienda y sus dependientes daban tantas muestras de amabilidad y de franqueza que no habia mĆ”s que pedir.
Pero luego llamaron las campanas de las iglesias y de las capillas Ć” que se acudiese Ć” los oficios: bandadas degentes vestidas con sus mejores trajes, con muestras de jĆŗbilo y ocupando de lado Ć” lado las calles acudieron al llamamiento. A la vez y desembocando de las callejuelas laterales y de los pasadizos, se dirigieron un gran nĆŗmero de personas Ć” los hornos para que les asaran las comidas. Esto inspirĆ³ un interĆ©s grandĆsimo al espĆritu, porque situĆ”ndose con Scrooge Ć” la puerta de una tahona, levantaba la tapadera de los platos, Ć” medida que los iban llevando, y como que los regaba de incienso con su antorcha; antorcha bien extraordinaria en verdad, porque en dos ocaciones, habiĆ©ndose tropezado, un poco bruscamente, algunos de los portadores de comidas, Ć” causa de la prisa que llevaban, dejĆ³ caer sobre ellos unas pocas gotas de agua, Ć© inmediatamente los enojados tomaron Ć” risa el fracaso, diciendo que era una vergĆ¼enza reƱir en Navidad. Y nada mĆ”s cierto, Dios mĆo, nada mĆ”s cierto.
Poco Ɣ poco fueron cesando las campanas y los tahonas se cerraron, pero qudaba como un placer anticipado de las comidas, de los progresos que iban haciendo, en el vapor que se difundia por el aire escapƔndose de los encendidos hornos.
ā ĀæTienen alguna virtud particular las gotas que se desprenden de vuestra antorcha? preguntĆ³ Scrooge.
āSeguramente: mi virtud.
āĀæPuede comunicarse Ć” toda clase de comida hoy?
āA toda clase de manjar ofrecido de buen corazon y particularmente Ć” las personas mĆ”s pobres.
āĀæY por quĆ© Ć” las mĆ”s pobres?
āPorque son las que sienten mayor necesidad.
āEspĆritu, dijo Scrooge despues de meditar un rato; estoy admirado de que los seres que se agitan en las esferas suprasensibles, que espĆritus como vosotros, se hayan encargado de una comision poco caritativa; la de privar Ć” esas pobres gentes de las ocaciones que se les ofrecen de disfrutar un placer inocente.
āĀ”Yo! exclamĆ³ el espĆritu.
āSĆ, porque les privais de medios de comer cada ocho dias; en el dia en que se puede decir verdaderamente que comen. ĀæNo es positivo?
āĀæYo?
āCiertamente: Āæno consiste en vosotros que esos hornos se cierren en el dia del sabado? ĀæNo resulta entonces lo que yo he dicho?
āĀæYo, yo, busco eso? āĀ”Perdonadme si me he equivocado! Eso se hace en vuestro nombre Ć³ por lo menos en el de vuestra familia.
āHay, dijo el espĆritu, en la tierra donde habitais, hombres que abrigan la presuncion de convencernos, y que se sirven de nuestro nombre para satisfacer sus culpables pasiones, el orgullo, la perversidad, el odio, la envidia, la mojigaterĆa y el egoismo, pero son tan ajenos Ć” nosotros y Ć” nuestra familia, como si no hubieran nacido nunca. Acordaos de esto y otra vez hacedles responsables de lo que hagan y no Ć” nosotros.
Scrooge se lo prometiĆ³ y de seguida se trasladaron, siempre invisibles, Ć” los arrabales de la ciudad. En el espĆritu residia una facultad maravillosa (y Scrooge lo advirtiĆ³ en la tahona); la de poder sin inconveniente, y Ć” pesar de su gigantesca estatura, acomodaron Ć” todos los lugares, sin que bajo el techo menos elevado perdiese nada de su elegancia, de su natural majestad, como si se encontrase dentro de la bĆ³veda mĆ”s elevada de un palacio.
Impulsado, acaso, por el gusto que tenĆa el espĆritu en demostrar esta facultad suya, Ć³ por su naturaleza benĆ©vola y generosa para con los pobres, condujo Ć” Scrooge al domicilio de su dependiente. Al atravesar los umbrales, sonriĆ³ el espĆritu y se detuvo para cehar una bendicion, regando ademĆ”s con la antorcha el humilde recinto de Bob Cratchit. Eso es. Bob no tenĆa mĆ”s que quince bob por semana: cada sĆ”bado se le entregaban quince ejemplares de su nombre de pila, y sin embargo, no por eso dejĆ³ el espĆritu de la Navidad de bendecir aquella pobre morada compuesta de cuatro aposentos.
Entonces se levantĆ³ Mrs. Cratchit, mujer de Cratchit, vestida con un traje vuelto, pero en compensacion adornada de muchas cintas muy baratas, de esas cintas que producen tan buen efecto no obstante lo poquĆsimo que valen. Estaba disponiendo la mesa ayudada de Belinda Cratchit, la segunda de sus hijas, tan encintada como su buena madre, mientras que maese Pedro Cratchit, el mayor de los hijos, metia su tenedor en la marmita llena de patatas y estiraba cuanto le era posible su enorme cuello de camisa; no precisamente su cuello, sino el de su padre, pues Ć©ste se lo habia prestado, en honor de la Navidad, Ć” su heredero presuntivo, quien orgulloso de verse tan acicalado, ansiaba lucirse en el paseo mĆ”s concurrido y elegante. Otros dos pequeƱos Cratchit, niƱo y niƱa, penetraron en la habitacion diciendo que habian olfateado el pato en la tahona y conocido que era el de ellos. Engolosinados de antemano con la idea de la salsa de cebolla y salvia, rompieron Ć” bailar en torno de la mesa, ensalzando hasta el firmamento la habilidad de maese Cratchit, el cocinero de aquel dia, en tanto que este Ćŗltimo (tieso de orgullo Ć” pesar de que el abundoso cuello amenazaba ahogarle) atizaba el fuego para ganar el tiempo perdido, hasta hacer que las patatas saltasen, al cocer, Ć” chocar con la tapadera del perol, advirtiendo con esto que estaban ya Ć” punto para ser sacadas y peladas.
āĀæPor quĆ© se retrasarĆ” tanto vuestro excelente padre? dijo Mrs. Cratchit ĀæY vuestro hermano Tiny Tim? ĀæY Marta? El aƱo pasado vino media hora antes.
āAquĆ estĆ” Marta, madre, gritĆ³ una jĆ³ven que entraba en aquel momento.
āAquĆ estĆ” Marta, madre, gritaron los dos jĆ³venes Cratchit. Ā”Viva! Ā”Si supieras, Marta, que pato tan hermoso tenemos!
āĀ”Ah querida hija! Ā”Que Dios te bendiga! QuĆ© tarde vienes, dijo Mrs. Cratchit abrazĆ”ndola una docena de veces, y desnudĆ”ndola con ternura del manton y del sombrero.
āAyer tenĆamos mucho trabajo, madre, y ha sido preciso entregarlo hoy por la maƱana.
āBien, bien; no pensemos en ello puesto que estĆ”s aquĆ. AcĆ©rcate Ć” la chiminea y caliĆ©ntate.
āNo, no, gritaron los dos niƱos. AhĆ estĆ” padre: Marta escĆ³ndete.
Y Marta se escondiĆ³. A poco hicieron su entrada el pequeƱo Bob y el padre Bob; este con un tapaboca que le colgaba lo menos tres piĆ©s por delante, sin contar la franja. Su traje aunque raido estaba perfectamente arreglado y cepillado para honrar la fiesta. Bob llevaba Ć” Tiny Tim en los hombros, porque el pobre niƱo como raquĆtico que era, tenĆa que usar una muleta y un aparato en las piernas para sostenerse.
āĀæDĆ³nde estĆ” nuestra Marta? preguntĆ³ Bob mirando Ć” todos lados.
āNo viene, dijo Mrs. Cratchit.
āĀ”QuĆ© no viene! exclamĆ³ Bob poseido de un abatimiento repentino, y perdiendo de un golpe todo el regocijo con que habia traido Ć” Tiny Tim de la iglesia como si hubiera sido su caballo. Ā”No viene para celebrar la Navidad!
Marta no pudo resistir verlo contrariado de aquella manera, ni aun en chanza, y saliĆ³ presurosa del escondite donde se hallaba detrĆ”s de la puerta del gabinete, para coharse en brazos de su padre, mientras que los dos pequeƱos se apoderaban de Tiny para llevarlo al cuarto de lavado, Ć” fin de que oyese el hervor que hacĆa el pudding dentro del perol.
āĀæQuĆ© tal se ha portado el pequeƱo Tiny? preguntĆ³ Mrs. Cratchit despues de burlarse de la credulidad de su marido, y que Ć©ste hubo abrazado Ć” su hija.
āComo una alhaja y mĆ”s todavĆa. En la necesidad en que se encuentra de estar mucho tiempo sentado y solo, la reflexion madura mucho en Ć©l, y no puedes imaginarte los pensamientos que le ocurren. Me decia, al volver, que confiaba en haber sido notado por los asistentes Ć” la iglesia, en atencion Ć” que es cojo y Ć” que los cristianos deben tener gusto de recordar, en dias como este, al que devolvia Ć” los cojos las piernas y Ć” los ciegos la vista.
La voz de Bob revelaba una intensa emocion al repetir estas palabras: aun fuĆ© mayor cuando aƱadiĆ³ que Tiny se robustecia de cada vez mĆ”s.
Se oyĆ³ en esto el ruido que causaba sobre el pavimento la pequeƱa muleta del niƱo, el cual entrĆ³ en compaƱĆa de sus dos hermanos. Bob, recogiĆ©ndose las mangas, como si pudieran Ā”pobre mozo! gastarse mĆ”s, compuso, con ginebra y limones, una especie de bebida caliente, despues de haberla agitado bien en todos sentidos, mientras que su hijo Pedro y los dos mĆ”s pequeƱos, que sabian acudir Ć” todas partes, iban Ć” buscar el pato con el cual regresaron muy pronto, llevĆ”ndolo en procesion triunfal.
A juzgar por el alboroto que produjo la presentacion, se hubiera creido que el pato es la mĆ”s extraƱa de las aves, un fenĆ³meno de pluma, con respecto al cual un cisne negro serĆa una cosa vulgar; y en verdad que tratĆ”ndose de aquella pobre familia la admiracion era muy lĆ³gica. Mrs. Cratchit hizo hervir la pringue, preparada con anticipacion; el heredero Cratchit majĆ³ las patatas con un vigor extraordinario; Miss Belinda azucarĆ³ la salsa de manzanas; Marta limpiĆ³ los platos; Bob hizo sentar Ć” Tiny en uno de los Ć”ngulos de la mesa y los Cratchit mĆ”s pequeƱos colocaron sillas para todo el mundo, sin olvidarse, por supuesto, de sĆ mismos, y una vez preparados, se metieron las cucharas en la boca, para no caer en la tentacion de pedir del pato antes de que les correspondiera el turno. Por fin llegĆ³ el momento de poner los platos, y rezada la bendicion, que fuĆ© seguida de un silencio general, Mrs. Cratchit, recorriendo cuidadosamente con la vista la hoja del cuchillo de trinchar, se preparĆ³ Ć” hundirlo en el cuerpo del pato. Apenas lo hubo hecho; apenas se escapĆ³ el relleno por la abertura, un murmullo de satisfaccion se levantĆ³ por todas partes, y hasta el mismo Tiny, excitado por sus hermanos mĆ”s pequeƱos, golpeĆ³ con el mango de su cuchillo la mesa y gritĆ³: hurra.
āNunca, dijo Bob, se habia visto un pato igual. Su sabor, su gordura, su bajo precio, lo tierno que estaba, fueron el texto comentado de la admiracion universal: con la salsa de manzanas y el purĆ© de patatas hubo bastante para la comida de todos ellos. Mrs. Cratchit notando un pequeƱo resto de hueso, dijo que no se habian podido comer todo el pato: la familia entera estaba satisfecha, particularmete los pequeƱos Cratchit ambos llenos, hasta los ojos, de salsa de cebollas. Una vez cambiados los platos por Miss Belinda, su madre saliĆ³ del comedor, pero sola, pues la emocion que le dominaba por el importante acto que iba Ć” cumplir, requeria que no la molestaran testigos: saliĆ³ para servir el pudding. Ā”Oh! Ā”oh! Ā”QuĆ© vapor tan espeso! Sin duda habia sacado el pudding del caldero. Ā”QuĆ© mezcla de perfumes tan apetitosos, de esos perfumes que recuerdan el restaurant, la pastelerĆa de la casa de al lado. Ā”Era el pudding! Despues de medio minuto escaso de ausencia, Mrs. Cratchit, con la cara encendida, sonriente y triunfante, volviĆ³ Ć” la mesa, en la que presentĆ³ el pudding, muy parecido Ć” una bala de caƱon en lo duro y firme, y flotando en media azumbre de aguardiente encendido, y todo coronado por la rama de acebo, sĆmbolo de la Navidad.
Ā”QuĆ© maravilloso pudding! Bob Cratchit dijo, de una manera formal y seria, que lo consideraba como la obra maestra de Mrs. Cratchit desde que se habian casado, Ć” lo que respondiĆ³ la interesada, que ahora que ya no tenĆa ese peso sobre el corazon, confesaba las dudas que habia tenido, acerca de su tino en echar la harina. Todos experimentaron la necesidad de decir algo, pero ninguno se cuidĆ³, si tuvo tal idea, de decir que era un pudding bien pequeƱo para tan numerosa familia. Verdaderamente hubiera sido muy feo pensarlo Ć³ decirlo: ningun Cratchit hubiera dejado de sonrojarse de vergĆ¼enza.
AsĆ que terminĆ³ la comida, quitaron los manteles, fuĆ© barrida la estancia y reanimada la chimenea. Se probĆ³ el grog compuesto por Bob y lo encontraron excelente; colocaron en la mesa manzanas y naranjas y entrĆ³ el rescoldo un buen puƱado de castaƱas. A seguida la familia se arreglĆ³ alrededor de la chimenea, en cĆrculo como decia Cratchit, en vez de semicĆrculo, y prepararon toda la cristalerĆa de la familia, consistente en dos vasos y una pequeƱa taza de servir crema, sin asa. Y esto ĀæquĆ© importaba? No por eso dejaban de contener el hirviente licor como si hubieran sido vasos de oro, y Bob escanciĆ³ la bebida radiante de jĆŗbilo, mientras que las castaƱas se asaban resquebrajĆ”ndose con ruido al calor del fuego. Entonces Bob pronunciĆ³ este brindis.
āFelices PĆ”scuas para todos nosotros y nuestros amigos. Ā”Que Dios nos bendiga!
Y toda la familia contestĆ³ unĆ”nimamente.
āĀ”Que Dios bendiga Ć” cada uno de nosotros! dijo Tiny el Ćŗltimo de todos.
Estaba sentado en un taburete cerca su padre. Bob le tenia cogida la descarada mano, como si hubiera querido darle una muestra especial de ternura, y consercarlo Ć” su lado de miedo que se lo quitasen.
āEspĆritu, dijo Scrooge con un interĆ©s que hasta entonces no habia manifestado: decidme si Tiny vivirĆ”.
āVeo un sitio desocupado en el seno de esa pobre familia, y una muleta sin dueƱo cuidadosamente conservada. Si mi sucesor no altera el curso de las cosas, morirĆ” el niƱo.
āNo, no, buen espĆritu: no; decid que viva.
āSi mi sucesor no altera el curso de las cosas en esas imĆ”genes que descubren el porvenir, ninguno de mi raza verĆ” Ć” ese niƱo. Si muere disminuirĆ” asi el excedente de la poblacion.
Scrooge bajĆ³ la cabeza cuando oyĆ³ al espĆritu repetir aquellas palabras, y el dolor y el remordimiento se apoderaron de Ć©l.
āHombre, aƱadiĆ³ el espĆritu; si poseeis un corazon de hombre, y no de piedra, dejad de valeros de esa jerigonza despreciable, hasta que sepais lo que es ese excedente y dĆ³nde se encuentra. ĀæOs atreverĆais Ć” seƱalar los hombres que deben vivir y los que deben morir? Es muy posible que Ć” los ojos de Dios seais mĆ©nos digno de vivir que millones de criaturas semejantes al hijo de ese pobre hombre. Ā”Dios mio! que un insecto oculto entre las hojas diga que hay demasiados insectos vivientes, refiriĆ©ndose Ć” sus famĆ©licos hermanos que se revuelcan en el polvo!
Scrooge se humillĆ³ ante la reprimenda del espĆritu, y temblando bajĆ³ los ojos. Pronto los levantĆ³ oyendo pronunciar su nombre.
āĀ”Ah, Mr. Scrooge! dijo Bob; bebamos Ć” la salud de Ć©l, puesto que le debemos este humilde festĆn.
āĀ”Buen principal estĆ”! exclamĆ³ Mrs. Cratchit roja de cĆ³lera; quisiera verlo aquĆ³ para servirle un plato de mi gusto. Buen apetito habia de tener para comerlo.
āQuerida mia, dijo Bob; los hijosā¦ la Navidad.
āSe necesita que nos encontremos en tal dia para beber Ć” la salud de un hombre tan aborrecible, tan avaro, tan duro como Mr. Scrooge. Ya sabeis que es todo eso. Ninguno lo puede decir mejor que vos, mi pobre marido.
āQuerida mia, insistiĆ³ dulcemente Bob, el dia de Navidadā¦
āBeberĆ© Ć” su salud por amor Ć” vos y en honra del dia, mas no por Ć©l. Le deseo, pues, larga vida, felices Pascuas y dichoso aƱo. HĆ© aquĆ con quĆ© dejarlo bien contento, pero lo dudo.
āLos niƱos secundaron el brindis, y esto fuĆ© lo Ćŗnico que no hicieron de buena gana en aquel dia. Tiny bebiĆ³ el Ćŗltimo, pero hubiese dado su brindis por un perro chico. Scrooge era el vampiro de la familia: su nombre anublĆ³ la satisfaccion de aquellas personas, pero fuĆ© cosa de cinco minutos.
Pasados estos y desvanecido el recuerdo de Scrooge, Bob anunciĆ³ que ya le habian prometido colocar Ć” su hijo mayor con algo mĆ”s de cinco chelines por semana.
Los pequeƱos Cratchit rieron como locos, pensando que su hermano iba Ć” tomar parte en los negocios, y el interesado mirĆ³ con aire meditabundo, y por entre los picos del cuello de la camisa, al fuego, como si ya reflexionase acerca de la colocacion que daria Ć” una renta tan comprometedora.
Marta, pobre aprendiz en un establecimiento de modista, refiriĆ³ la clase de obra que tenĆa que hacer y las horas que necesitaba trabajar sin descanso, regocijĆ”ndose con la idea de que al siguiente dia podrĆa permaneces mĆ”s que de costumbre en el lecho. AƱadiĆ³ que acababa de ver Ć” un lord y una condesa, aquĆ©l de la misma estatura que Pedro, con lo que Ć©ste se levantĆ³ tanto el cuello de la camisa, que casi no se le veia la cabeza. Durante la conversacion las castaƱas y el grog circulaban de mano en mano, y Tiny cantĆ³ una balada relativa Ć” un niƱo perdido entre las nieves. Tiny poseia una vocecita lastimera y lo hizo admirablemente, por quien soy.
En todo aquello no habia ciertamente nada de aristocrĆ”tico. Aquella no era una hermosa familia. Ninguno de ellos estaba bien vestido. Tenian los zapatos en mal uso y hasta Pedro hubiera podido con su traje hacer negocio con un ropavejero; sin embargo, todos eran felices, y vivian en las mejores relaciones, satisfechos de su condicion. Cuando Scrooge se separĆ³ de ellos se manifestaron mĆ”s alegres de cada vez, gracias al benĆ©fico influjo de la antorcha del espĆritu, asĆ es que continuĆ³ mirĆ”ndolos hasta que se desvanecieron, y especialmente Ć” Tiny-Tim.
HabĆa llegado la noche, oscuro y lĆ³brega. Mientras Scrooge y el espĆritu recorrian las calles, la lumbre chisporroteaba en las cocinas, en los salones, en todas partes, produciendo maravillosos efectos. AquĆ la llama vacilante dejaba ver los preparativos de una modesta pero excelente comida de familia, en una estancia que preservaban del frio de la calle por medio de espesos cortinajes de color rojo oscuro. Por allĆ” todos los hijos de la casa, desafiando la temperatura, salian al encuentro de sus hermanas casadas, de sus hermanos, de sus tios, de sus primos, para anticiparse Ć” saludarlos. Por otras partes los perfiles de los convidados se divisaban Ć” travĆ©s de los visillos. Una porcion de hermosas jĆ³venes, encapuchadas y calzadas de fuertes zapatos, hablando todas Ć” la vez, se dirigian apresuradamente Ć” casa de su vecina. Ā”Infeliz del cĆ©libe (las astutas hechiceras lo sabian perfectamente) que las viese entonces penetrar en la casa con los semblantes coloreados por el frio!
A juzgar por el nĆŗmero de personas que se dirigian Ć” las reuniones, se hubiera podido decir que no quedaba nadie en las casas para dar la bienvenida, pero no sucedia asĆ; en todas partes habia amigos que aguardaban con el corazon bien alegre y las chimeneas bien repletas de fuego. Por eso se veia al espĆritu arrebatado de entusiasmo, y que descubriendo su ancho pecho y abriendo su dadivosa mano, flotaba por encima de aquella multitud, derramando sobre las gentes su pura y cĆ”ndida alegrĆa. Hasta los humildes faroleros, acelerĆ”ndose delante de Ć©l, marcando su trabajo con luminosos puntos Ć” lo largo de las calles; hasta los humildes faroleros, ya vestidos para ir Ć” alguna reunion, se reian Ć” carcajadas cuando el espĆritu pasaba cerca de ellos, por mĆ”s que ignorasen lo prĆ³ximo que lo tenian.
De repente, sin que el espĆritu hubiera dicho nada Ć” su compaƱero, en preparacion para tan brusco trĆ”nsito, se encontraron en medio de un lugar pantanoso, triste, desierto y sembrado de grandes montones de piedras, como si allĆ hubiera un cementerio de gigantes. El agua circulaba por todas partes, y no se ofrecia para ello otro obstĆ”culo que el hielo que la sujetaba prisionera. Aquel suelo no producia mĆ”s que musgo, retama y una hierba mezquina y ruda. Por el horizonte y en la direccion del Oeste, el Sol poniente habia dejado un rastro de fuego de un rojo vivĆsimo, que iluminĆ³ por un momento aquel lugar de desolacion, como si fuese la mirada brillante de un ojo sombrĆo cuyos pĆ”rpados se cerrasen poco Ć” poco, hasta que desapareciĆ³ completamente en la oscuridad de una densa noche.
āĀæEn dĆ³ndo estamos? preguntĆ³ Scrooge.
āEstamos donde viven los mineros, los que trabajan en las entraƱas de la tierra, contestĆ³ el espĆritu. Ya me reconocen, mirad.
BrillĆ³ una luz en la ventana de una pobre choza, y ambos se dirigieron hĆ”cia aquel lado. Penetrando Ć” travĆ©s del muro de piedras y tierra que constituia aquel mĆsero albergue, vieron una numerosa y alegre reunion en torno de una gran fogata.
Un bueno viejo, su mujer, sus hijos, sus nietos y sus biznietos, estaban congregados allĆ vestidos con su mejor traje. El viejo, con voz que ya no podia sobreponerse al agudo silbido del viento que soplaba sobre los arenales, cantaba un villancico (muy antiguo ya cuando Ć©l lo aprendiĆ³ de niƱo), y los circunstantes repetian de tiempo en tiempo de estribillo. Cuando ellos cantaban el viejo se sentia reanimado, pero cuando callaban volvia Ć” caer en su debilidad.
El espĆritu no se detuvo aquĆ, sino que encargando Ć” Scrooge que agarrara vigorosamente, lo transportĆ³ por encima de los pantanos, ĀæadĆ³nde? No al mar, me parece; pues sĆ, al mar. Scrooge aterrorizado, observĆ³ como se desvanecia en la sombra el promontorio mĆ”s avanzado: el ruido de las olas embravecidas y rugientes que corrian Ć” estrellarse con el fragor del trueno en las cavernas que habian socavado, como si en el exceso de su ira el mar tratase de minar la tierra, le ensordeciĆ³.
Edificado sobre una desnuda roca que apenas salia Ɣ flor de agua, y azotado furiosamente por las olas durante todo el aƱo, se levantaba a mucha distancia de tierra un faro solitario. En el basamento se acumulaban multitud de plantas marinas, y el pƔjaro de las tempestades, nacido acaso de los vientos como las algas de las aguas, revoloteaba en torno de la torre como las olas sobre que se mecia.
Hasta en aquel sitio, los dos hombres Ć” cuyo cargo estaba la custodia del faro, habian encendido una hoguera que despedia sus luminosos rayos hasta el alborotado mar por la abertura hecha en la recia muralla. DĆ”ndose un apreton con sus callosas manos, por encima de la mesa Ć” la cual estaban sentados, se deseaban felices Pascuas brindando con grog: el mĆ”s viejo, de cutis apergaminado y lleno de costurones, como esas figuras esculpidas en la proa de los antiguos buques, entonĆ³ con voz ronca un canto salvaje que tenĆa mucho de las rĆ”fagas tempestuosas.
El espectro seguĆa siempre sobre el mar sombrĆo y turbulento; siempre, siempre, hasta que en su rĆ”pida marcha, lejos ya, muy lejos de tierra como le dijo Scrooge, descendiĆ³ Ć” un buque, colocĆ”ndose cerca del timonero Ć” veces, otras del vigilante Ć” proa, otras de los oficiales de guardia, visitando todas estas fantĆ”sticas figuras en los varios sitios adonde debĆan acudir. Todos ellos tarareaban una canciĆ³n alusiva al dĆa: pensaban en la Navidad; recordaban Ć” sus compaƱeros otras de que habĆan disfrutado, contando siempre con volver al seno de sus familias. Todos Ć” bordo, despiertos Ć³ dormidos, buenos Ć³ malos, habĆan estado mĆ”s cariƱosos entre sĆ que durante el resto del aƱo; todos se habĆan comunicado sus alegrĆas; todos se habĆan acordado de sus parientes o amigos, esperando que Ć©stos se acordasen tambiĆ©n.
Scrooge quedĆ³ altamente sorprendido de que mientras estaba atento al estribor del huracĆ”n, y se perdĆa en abstracciones acerca de lo solemne de semejante viaje, Ć” travĆ©s de la oscuridad, por encima de aquellos espantosos abismos, cuyas profundidades son secretos tan impenetrables como el de la muerte, llegara Ć” sus oĆdos una ruidosa carcajada. Pero su sorpresa fuĆ© mayor al advertir que aquella carcajada procedia de su sobrino, el cual se hallaba en un salon perfectamente iluminado, limpio, con buen fuego y en compaƱĆa del espĆritu, que lanzaba sobre el alegre jĆ³ven miradas llenas de dulzura y de benevolencia.
Si os sucede, por una casualidad poco probable, que os encontreis con un hombre que sepa reir de mejor gana que el sobrino de Scrooge, os digo que desearia trabar relaciones con Ʃl. Hacedme el favor de presentƔrmelo y entablarƩ amistad.
Por una dichosa, justa y noble compensaciĆ³n en las cosas del mundo, aunque las enfermedades y los pesares son contagiosos, lo es mĆ”s la risa y el buen humor. Mientras el sobrino de Scrooge se reia, segun he indicado, apretĆ”ndose los ijares Ć© imprimiendo Ć” su cara las muecas mĆ”s extravagantes, la sobrina de Scrooge, sobrina por afinidad, se reia de tan buena gana como su marido; los amigos que con ellos estaban no hacian menos y acompaƱaban en la risa Ć” mĆ”s y mejor.
āBajo palabra de honor, os aseguro, decia el sobrino, que ha proferido la palabra: que la Navidad es una tonterĆa, Ć© indudablemente esa era su conviccion.
āTanto mĆ”s vergonzoso para Ć©l, dijo la mujer indignada.
Por eso me gustan las mujeres: no hacen nada Ć” medias: todo lo toman por lo serio.
La sobrina de Scrooge era bonita; excesivamente bonita, con su encantador rostro, con su aire sencillo y cĆ”ndido, con su arrebatadora boquita hecha para ser besada, y que indudablemente lo era Ć” menudo; con sus mejillas llenas de pequeƱos hoyuelos; con sus ojos, los mĆ”s expresivos que pueden verse en fisonomĆa de mujer: en una palabra, su belleza tenĆa tal vez algo de provocativa, pero revelando que se hallaba dispuesta Ć” dar una satisfaccion, sĆ; satisfaccion completa.
āEs muy chusco ese hombre, dijo el sobrino de Scrooge. En verdad, podrĆa hacerse mĆ”s simpĆ”tico; pero como sus defectos constituyen su propio castigo, nada tengo que decir en contra de eso.
āCreo que es muy opulento, Federico, dijo la sobrina: Ć” lo menos eso me habeis dicho.
āĀ”QuĆ© importa su riqueza, mi querida amiga! replicĆ³ el marido. Para maldita la cosa que le sirve; ni aun para hacer bien Ć” nadie; ni a sĆ mismo. Ni siquiera tiene la satisfaccion de pensar, ja, ja, ja, que nosotros nos hemos de aprovechar pronto de ella.
āNi aun con eso puedo sufrirlo, continuĆ³ la sobrina, Ć” cuya opinion se adhirieron sus hermanas y las demĆ”s seƱoras concurrentes.
āPues yo soy mĆ”s tolerante. Me aflijo por Ć©l, y nunca le desearĆ© mal aunque tenga gana, porque quien padece de sus genialidades y de su mal humor es Ć©l y sĆ³lo Ć©l. Y lo que digo no es porque se le haya puesto en la cabeza rehusar mi convite, pues al fin, de aceptarlo, se hubiera encontrado con una comida detestable.
āĀ”De veras! Pues yo creo que se ha perdido una buena comida, exclamĆ³ su mujer interrumpiĆ©ndola. Los convidados fueron de la misma opinion, y necesariamente eran personas muy autorizadas para decirlo, porque acababan de soborearla.
āMe alegro de saberlo, repuso el sobrino de Scrooge, porque no tengo mucha confianza en el talento de estas jĆ³venes caseras. ĀæQuĆ© opinais Topper?
Topper tenĆa los ojos puestos en una de las cuƱaditas de Scrooge, y respondiĆ³ que un cĆ©libe era un miserable pĆ”ria Ć” quien no le asistĆa el derecho de emitir opinion sobre tal materia, Ć” cuyas palabras la cuƱada del sobrino de Scrooge, aquella jĆ³ven tan regordetilla que veia Ć” un extremo con paƱoleta de encajes, no la que lleva un ramo de rosas, se puso sofocada.
āSeguid lo que estabais diciendo, Federico, dijo su mujer dando unas palmadas. Nunca acaba lo que ha comenzado. Ā”QuĆ© ridĆculo es eso!
El sobrino de Scrooge soltĆ³ la carcajada de nuevo, y como era imposible librarse del contagio, aunque la jĆ³ven regordeta trataba de hacerlo poniĆ©ndose Ć” aspirar el frasco de sales, todos siguieron el ejemplo del jĆ³ven.
āMe proponĆa Ćŗnicamente decir, que mi tio presentĆ”ndome tan mala cara, y negĆ”ndose Ć” venir con nosotros, ha perdido algunos momentos de placer que le hubieran venido muy bien. Indudablemente se ha privado de una compaƱĆa mucho mĆ”s agradable que sus pensamientos, que un mostrador hĆŗmedo y que sus polvorientas habitaciones. Esto no quita para que todos los aƱos le invite de la misma manera, plĆ”zcale Ć³ no, porque tengo lĆ”stima de Ć©l. DueƱo es, si asĆ le parece, de burlarse de la Navidad; pero no podrĆ© menos de formar buena opinion de mĆ, cuando me vea presentarme Ć” Ć©l todos los aƱos, diciĆ©ndole con mi acostumbrado buen humor: Ā«Mi querido tĆo: ĀæquĆ© tal os va?Ā» Si esto pudiera inspirarle la idea de aumentar el sueldo de su dependiente hasta cuarenta y cuatro libras esterninas, se habrĆa conseguido algo. No sĆ©, pero se me figura que ayer lo ha quebrantado.
Al oir aquello todos los concurrentes se rieron, pareciĆ©ndoles que era sobrada pretension la de haber conseguido quebrantar a Scrooge; pero como el sobrino era de bellĆsimo gĆ©nio, y no se cuidaba de saber por quĆ© se reĆan con tal que se rieran, aun los animĆ³ haciendo circular las botellas.
Despues del thĆ© hubo un poco de mĆŗsica, porque los convidados aquellos constituian una familia de mĆŗsicas, que entendian perfectamente lo de cantar arias y ritornelos; sobre todo Topper, que sabia lanzar su gruesa voz de bajo como un artista consumado, sin que se le hincharan las venas de la frente y sin ponerse rojo como un cangrejo. La sobrina de Scrooge tenia bien el arpa: entre otras piezas ejecutĆ³ una cancioncilla (una cosa insignificante que hubiĆ©rais aprendido Ć” tararear en dos minutos), pero que era justamente la favorita de la jĆ³ven que, tiempos atrĆ”s, fuĆ© en busca de Scrooge al colegio, como el fantasma de la Navidad se lo habia hecho Ć” la memoria. Ante aquellas tan conocidas notas, recordĆ³ de nuevo Scrooge todo lo que el espectro le representara, y mĆ”s enternecido de cada vez, considerĆ³ que si hubiera tenido la dicha de oir frecuentemente aquella insignificante cancioncilla, habria podido conocer mejor lo que de grato encierran las dulces afecciones de la existencia y cultivĆ”ndolas; empresa algo mĆ”s meritoria que la de cavar con impaciencia de sepulturero su fosa, segun ocurriĆ³ con Marley.
No tan sĆ³lo la mĆŗsica ocupĆ³ Ć” aquellos convidados. Al cabo de rato se jugĆ³ Ć” juegos de prendas, porque es conveniente volver Ć” los dias de la niƱez, sobre todo, teniendo en cuenta que la Navidad es una fiesta establecida por un Dios niƱo. Atencion. Se diĆ³ principio por gallina ciega. Ā”Oh! Ā”Y quĆ© tramposo estĆ” Topper! Hace como que no ve, pero perded cuidado; ya sabe bien adonde dirigirse. Estoy seguro de que se ha puesto de acuerdo con el sobrino de Scrooge, pero sin conseguir engaƱar al espĆritu de la Navidad allĆ presente. La manera como el pretendido ciego persigue Ć” la regordetilla de la paƱoleta, es un insulto positivo que se dirige Ć” la credulidad humana. Por mĆ”s que ella se coloque detrĆ”s del guarda-fuego, Ć³ encima de las sillas, Ć³ al amparo del piano, Ć³ encima de las sillas, Ć³ al amparo del piano, Ć³ entre los cortinajes Ć” riesgo de asfixiarse, Ć” todas partes donde va ella va tambien Ć©l. Siempre sabe donde tropezar con la regordetilla. No quiero coger Ć” nadie mĆ”s, y aunque le salgais al paso, como algunos lo han hecho de propĆ³sito, harĆ” como que os quiere agarrar, pero con tal torpeza, que no puede engaƱarnos, y luego se dirigirĆ” hĆ”cia donde se olculta la regordetilla. Ā«Eso no es jugar bien:Ā» dice ella huyendo cuanto puede, y tiene razon; pero Ć” lo Ćŗltimo, cuando Ć©l la coge; cuando Ć” despecho de la ligereza de la jĆ³ven, Ć©l logra arrinconarla de manera que no pueda escapĆ”rsele, entonces su conducta es inĆcua. Bajo pretexto de que no sabe Ć” quien ha cogido, la reconoce pasĆ”ndole la mano por la cabeza, Ć³ se permite tocar cierto anillo que ella lleva al dedo, Ć³ una cadena con que se adorna el cuello. Ā”Oh infame mĆ³nstruo! Por eso asĆ que Ć©l deja el paƱuelo Ć” otra persona, los dos jĆ³venes tienen en el hueco de la ventana, detrĆ”s de las cortinas, una conferencia particular, en la que ella le dice Ć” Ć©l todo lo que le parece.
La sobrina de Scrooge no tomaba parte en el juego. Se habia retirado Ć” uno de los rincones de la sala, y allĆ estaba sentada en un sillon con lo piĆ©s en un taburete, teniendo detrĆ”s al aparecido y Ć” Scrooge. En los juegos de enigmas sĆ que participĆ³. Era muy diestra en ellos, con gran satisfaccion de su esposo, y les sentaba bien las costuras Ć” sus hermanas y eso que no eran tontas: preguntĆ”dselo si no Ć” Topper.
AllĆ habia como veinte personas entre viejos y jĆ³venes.
Todos jugaban, hasta el mismo Scrooge, quien, olvidando de todo punto que no serĆa dado, se interesaba en todo aquello, diciendo en alta voz el secreto de los enigmas que se proponian: os aseguro que adivinaba muchas y que la mĆ”s fina aguja, la de marca mĆ”s acreditada, la mĆ”s puntiaguda, no lo era tanto como el ingenio de Scrooge, Ć” pesar del aire bobalicon de que revestia para engatusar Ć” sus parroquianos.
El aparecido gozaba de verle en semejante disposicion de espĆritu, y lo contemplaba con aspecto tan lleno de benevolencia, que Scrooge le pidiĆ³ encarecidamente como un niƱo, que lo tuviese allĆ hasta que se marcharan los convidados.
āUn nuevo juego, espĆritu; un nuevo juego. Media hora nada mĆ”s.
TratĆ”base del juego conocido con el nombre de sĆ y no. El sobrino de Scrooge debia tener un pensamiento, y los demĆ”s la obligacion de adivinarlo. A las preguntas que le hacian Ć©l no contestaba mĆ”s que sĆ Ć³ no. La granizada de interrogatorios Ć” que lo sujetaron, fuĆ© causa de que hiciese muchas indicaciones; que pensaba en un animal: que era un animal vivo, adusto y salvaje; un animal que rugia y gruƱia en varias ocaciones: que otras veces hablaba: que residia en LĆ³ndres: que se paseaba por las calles: que no lo enseƱaban por dinero: que no iba sujeto con cordon: que no estaba en una casa de fieras ni destinado al matadero, y que no era ni un caballo, ni un asno, ni una vaca, ni un toro, ni un tigre, ni un perro, ni un cerdo, ni un gato, ni un oso. A cada pregunta que le hacian aquel tunante de sobrino daba Ć” reir, y tan grandes eran Ć” veces los accesos, que se veia obligado Ć” levantarse para patear de gusto. Por fin la cuƱada regordetilla, riĆ©ndose Ć” mĆ”s no poder, exclamĆ³:
āLo he adivinado, Federico: ya sĆ© lo que es.
āĀæQuĆ© es?
āEs vuestro tio Scroā¦oā¦oā¦oā¦oge.
Efectivamente habia acertado. La admiracion fuĆ© general, si bien algunas personas objetaron que Ć” la pregunta: Ā«ĀæEs un oso?Ā» debia haberse contestado: Ā«SĆ,Ā» tanto mĆ”s, cuanto que Ć” la respuesta negativa, muchos habian dejado de pensar en Scrooge para buscar por otro lado.
āEn medio de todo ha contribuido muy especialmente Ć” divertirnos, dijo Federico, y serĆamos sobre toda ponderacion ingratos, si no bebiĆ©ramos Ć” su salud. Cabalmente todos empuƱamos ahora un vaso de ponche de vino; por lo tanto: Ć” la salud de mi tio Scrooge.
āSea: Ć” la salud del tio Scrooge, contestaron.
āFelices Pascuas y dichoso aƱo para el viejo, Ć” pesar de su genio. El no aceptaria este buen deseo de mi parte, pero se lo tributo sin embargo. A mi tio Scrooge.
Scrooge se habia dejado dominar de tal modo por la hilaridad general, experimentaba tanto descanso en su corazon, que de buena gana hubiera tomado parte en el brindis, aunque nadie sabĆa de su presencia allĆ, y pronunciado un buen discurso de gracias, siquiera fuese desoido, Ć” no ser porque no se lo permitiĆ³ el fantasma. Hubo cambio de escena. Cuando el sobrino pronunciaba la Ćŗltima palabra del brindis, Scrooge y el espĆritu comprendieron de nuevo el curso de su viaje.
Vieron muchos paĆses. Fueron muy lejos visitaron un gran nĆŗmero de moradas, y siempre con las mejores consecuencias para aquellos Ć” quienes se acercaba el espĆritu de la Navidad.
Al aproximarse al lecho de uno, enfermo y en extranjera tierra, Ć©ste se olvidaba de su dolencia y se creia trasportado al suelo patrio. Si Ć” una alma en lucha con la suerte, le infundia sentimientos de resignacion y esperanza en mejor porvenir. Si Ć” los pobres, inmediatamente se creian ricos. Si Ć” las casas de caridad, Ć” los hospitales y Ć” las prisiones, Ć” todos estos refugios de la miseria, donde el hombre vano y orgulloso no habia podido, abusando de su pequeƱo y efĆmero poder, impedir la entrada al espĆritu, Ć©ste dejaba caer su bendicion y enseƱaba Ć” Scrooge mil preceptos caritativos.
FuĆ© una noche muy larga, si es que todo esto se cumpliĆ³ en una noche: Scrooge lo dudĆ³ porque Ć” su juicio habian sido condensadas muchas Navidades en el tiempo que estuvo con el aparecido. Sucedia una cosa extraƱa y era que mientras Scrooge conservaba incĆ³lumes sus formas exteriores, el espĆritu se hacĆa mĆ”s viejo; visiblemente mĆ”s viejo.
Scrooge advirtiĆ³ la transformacion, mas no dijo nada, hasta que al salir de un recinto, donde varios niƱos celebraban la fiesta de Reyes, mirĆ³ al espĆritu, asĆ que se encontraron solos, y viĆ³ lo mucho que habia encanecido.
āĀæTan corta es la vida de los espĆritus?
āLa mia es muy breve en este mundo, contestĆ³ el espectro. Termina hoy por la noche.
āĀ”Esta noche!
āEsta noche. A las doce. Oid: la hora se acerca. A la sazon daba el reloj los tres cuartos para las doce.
āDispensadme si es que soy indiscreto, dijo Scrooge que consideraba atentamente la vestidura del espĆritu: veo algo extraƱo que sale de debajo de vuestra tĆŗnica y que no es vuestro. ĀæEs un piĆ© Ć³ una garra?
āPodria ser garra si se fuera Ć” juzgar por la carne que la cubre, contestĆ³ es espĆritu: mirad.
Y de los pliegues de la tĆŗnica sacĆ³ dos niƱos, dos mĆseros seres, que se arrodillaron Ć” sus piĆ©s y se agarraron Ć” su vestido.
āĀ”Oh, hombre! Mira, mira, mira Ć” tus piĆ©s, exclamĆ³ el espĆritu.
Eran un niƱo y una niƱa, amarillos, flacos, cubiertos de andrajos, de fisonomĆa ceƱuda, feroz, aunque servil en su abyeccion. En vez de la graciosa juventud que hubiera debido hacer frescas y redondas sus mejillas, con hermosos colores, una mano seca y descarnada, como la del tiempo, las habĆa puesto rugosas, escuĆ”lidas y descoloridas. Aquellos rostros, que hubieran podido asemejarse Ć” los de los Ć”ngeles, parecian como de demonios, hasta en las miradas tan torvas que lanzaban. Ningun cambio, ninguna descomposicion de la especie humana, en ningun grado, hasta en los misterios mĆ”s recĆ³nditos de la naturaleza, han producio mĆ³nstruos tan horrorosos y terribles.
Scrooge retrocediĆ³, pĆ”lido y lleno de espanto. No queriendo ofender al espĆritu, padre acaso de aquellos infelices seres, probĆ³ Ć” decir que eran unos niƱos hermosos, pero las palabras se le detuvieron en la garganta por no hacerse cĆ³mplices de una mentira tan atroz.
āEspĆritu, Āæson vuestros hijos?
Scrooge no pudo aƱadir mƔs.
āSon los de los hombres, contestĆ³ el espĆritu contemplĆ”ndolos, y me piden auxilio para quejarse de sus padres. El de allĆ” es la ignorancia; el de aquĆ la miseria. Preservaos del uno y del otro y de toda su descendencia; pero sobre todo del primero, porque sobre su frente veo escrito Ā«Ā”Condenacion!Ā» ApresĆŗrate, Babilonia, continuĆ³ extendiendo la mano sobre la ciudad; apresĆŗrate Ć” que desaparezca esa palabra que te condena mĆ”s que Ć” Ć©l: Ć” tĆ Ć” la ruina, Ć” Ć©l Ć” la desdicha.Ā”AtrĆ©vete Ć” decir que no eres culpable! Calumnia Ć” los que te acusan: esto servir Ć” tus aborrecibles designios; pero, Ā”cuidado al fin!
āĀæNo poseen ningun recurso, ni cuentan con asilo? gritĆ³ Scrooge.
āĀæNo hay prisiones? respondiĆ³ el espĆritu devolviĆ©ndole irĆ³nicamente, y por la vez postrera, sus mismas frases.
En el reloj daban las doce.
Scrooge buscĆ³ al espectro, pero ya no lo viĆ³. Al sonar la Ćŗltima campanada, hizo memoria de la prediccion del viejo Marley, y alzando la vista divisĆ³ otro aparecido de majestuosa apostura, envuelto en una tĆŗnica y encapuchado, que se acercaba deslizĆ”ndose sobre el suelo vaporosamente.