Había una vez un viejo mendigo. Había contraído muchas deudas. Un día, antes de ir a la cárcel por un tiempo muy, muy largo, llamó a sus dos hijos. Sabéis que no tengo nada”, dijo, “pero aun así quiero daros algo”. Le dio a su hijo mayor, Oraziello, una criba con la que podría ganar dinero. Al hijo menor, Gagliuso, le regaló un gato.

Oraziello sabía exactamente qué hacer con el tamiz. Cuanto más utilizaba la criba, más dinero ganaba. Gagliuso estaba menos contento. ‘¿Por qué me tocó el gato? ¡Ya estoy pasando apuros! Apenas puedo cuidar de mí mismo”.

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El gato escuchó a Gagliuso y empezó a molestarse con él. ‘Deja de quejarte’, ronroneó el gato. No tienes ni idea de lo que puedo significar para ti. Podría hacerte muy rico”. Gagliuso se entretuvo con lo que le dijo el gato.

A partir de ese día, la gata fue a la lonja todos los días a primera hora de la mañana para robar un delicioso pescado. Todos los días llevaba su “pesca” al rey. Cada vez se dirigía al rey con lo siguiente “Su majestad, le traigo un pequeño regalo de mi amo Gagliuso. Es un pequeño regalo para un gran hombre como usted, espero que le guste’. ‘Seguro que sí’, decía el rey una y otra vez, ‘¡dígale a su señor, al que no conozco, que le estoy muy agradecido!’

El gato también persiguió a un grupo de cazadores. A menudo el gato conseguía llegar al animal abatido más rápido que ellos. Una y otra vez el gato traía el botín como regalo en nombre de Gagliuso. Un día el rey le dijo al gato: “Ya es hora de que conozca a tu amo. Tal vez pueda hacer algo por él’. Como intercambio por su amabilidad’. El gato respondió: “Será un honor para Gagliuso conocerte. Mañana por la mañana te conocerá’.

A la mañana siguiente, el gato llamó a la puerta del palacio del rey. ‘Mi señor, con mucho pesar tengo que informarle de que Gagliuso no puede venir hoy. Anoche los sirvientes le robaron y escaparon, ¡sin dejarle una camisa que ponerse!’

El rey envió inmediatamente a Gagliuso ropa de su armario. Una hora más tarde, Gagliuso llegó ante el rey con un hermoso atuendo. El rey lo recibió con un delicioso banquete. Después de comer una hermosa comida, Gagliuso se fue a su casa.

El gato se quedó a charlar. Hablaron de las riquezas que Gagliuso tenía en la región de Lombardía. El gato continuó contando que era imposible calcular cuánto poseía su amo. Si el rey quería saberlo, tendría que enviar a sus sirvientes a Lombardía.

El rey envió a sus sirvientes más leales. El gato tenía un poco de ventaja. A todos los que encontró en su camino, el gato les dijo que una despiadada banda de ladrones estaba en camino. La ira de esta banda se libraría si le decían que todo lo que poseían pertenecía a Gagliuso.

A los hombres del rey se les dijo una y otra vez que la tierra, el ganado, las granjas y pueblos enteros pertenecían a Gagliuso. Durante días y días eso fue lo que les dijeron. Un día decidieron volver al rey para informarle sobre la inconmensurable riqueza de Gagliuso.

El rey prometió al gato una gran bolsa de dinero si éste conseguía organizar una boda entre su hija y Gagliuso. Como el gato lo consiguió, el rey no sólo pagó la boda real, sino que también dio a Gagliuso una gran dote. Con ese dinero, Gagliuso compró tierras en Lombardía (por consejo del gato) y se marchó allí con su mujer.

Y vivieron felices para siempre.

Al menos… así debería ser el final.

Pero el gato descubrió que Gagliuso olvidó rápidamente quién le hizo pasar de mendigo a hombre rico. Así que el gato se marcha con las palabras: ‘Siempre serás un perdedor que espera todo de los demás. Intenta valerte por ti mismo’. Y por más que Gagliuso intentó persuadir al gato para que se quedara con él, éste le dio la espalda y nunca volvió.


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